EE. UU.

Al estar hablando acerca de crisis financieras y cómo ponen al descubierto a empresas y países débiles, Warren Buffett tiene la fama de haberse quejado una vez, diciendo que “solamente cuando la marea se aleja, descubres quién no lleva traje de baño”. Muy cierto. Sin embargo, lo que resulta en verdad inquietante es que Estados Unidos, al parecer, es uno de esos países que ha estado nadando totalmente desnudo en más de una sola forma.

Las burbujas del crédito son como la marea. Pueden ocultar mucha basura. En nuestro caso, la excesiva demanda del consumidor y los empleos creados por nuestras burbujas del crédito y la vivienda han enmascarado no solo nuestras debilidades en la manufactura y otros aspectos fundamentales de la economía, sino algo peor: hasta dónde hemos caído en la educación K-12 (esto es, la educación primaria considerada hasta los 12 años de edad) y cuánto nos está costando eso ahora. Esta es la conclusión a la que llegué a partir de un nuevo estudio por parte de la empresa consultora McKinsey, titulado ‘El impacto económico de la brecha de logros en las escuelas estadounidenses’ (‘The Economic Impact of the Achievement Gap in America's Schools’).

Tan solo una rápida revisión: en las décadas de los años cincuenta y sesenta, Estados Unidos dominaba el mundo en cuanto a la educación primaria. Los estadounidenses también dominábamos en la esfera económica. En los años setenta y ochenta, aún teníamos una ventaja, aunque más pequeña, en la educación de nuestra población hasta la educación secundaria, y Estados Unidos seguía encabezando al mundo económicamente, aunque otras economías, como China, iban cerrando la diferencia. Hoy día, ya quedamos atrás tanto en el número de graduados de bachillerato per cápita como en su calidad. Vendrán consecuencias.

Por ejemplo, en el Programa Internacional de Evaluación Estudiantil que midió el aprendizaje aplicado y las habilidades para resolver problemas de jóvenes de 15 años de edad en 30 países industrializados, Estados Unidos quedó en el número 25 entre ellos en matemáticas, así como en el puesto 24 de 30 en ciencia. Eso situó a nuestro joven promedio con los de Portugal y la República Eslovaca, “en vez de con los estudiantes de países que son competidores más relevantes para los empleos en el sector de servicios y de alto valor, como Canadá, Países Bajos, Corea (del Sur) y Australia”, notó McKinsey.

De hecho, nuestros alumnos de cuarto grado de primaria se desempeñan bien en este tipo de pruebas mundiales en comparación con, digamos, Singapur. Sin embargo, nuestros bachilleres realmente están a la zaga, lo cual significa que “mientras más tiempo pasan en la escuela los jóvenes estadounidenses, peor se desempeñan en comparación con sus compañeros de otros países”, dijo McKinsey.

Hay millones de niños que están en escuelas modernas en áreas suburbanas “que no se dan cuenta del grado de atraso que tienen”, destacó Matt Miller, uno de los autores. “Ellos están siendo preparados para empleos que pagan 12 dólares por hora, no 40 a 50 dólares por hora”.

No es que estemos fallando en todas las áreas. Existen enormes números de emocionantes innovaciones en la educación actual de Estados Unidos: desde nuevas formas de compensación a los profesores y escuelas experimentales o alternativas hasta distritos escolares diseminados a lo largo del país que están mostrando señales de verdaderos progresos, fundamentados en mejores métodos, mejores directores y normas más elevadas. El problema es que, con demasiada frecuencia, están demasiado diseminados, lo cual deja todo tipo de brechas de aprovechamiento entre blancos, afroestadounidenses, hispanos y los diferentes niveles de ingresos.

Usando un modelo económico creado para este estudio, McKinsey mostró cuánto nos están costando esas brechas. Supongamos, notaba, “que en los 15 años posteriores a que el informe de 1983 ‘Una nación en riesgo’  hiciera sonar la alarma sobre la oleada creciente de mediocridad  en la educación estadounidense”, Estados Unidos había levantado el atrasado nivel de aprovechamiento entre los estudiantes a niveles superiores de desempeño.

 ¿Qué habría pasado?
La respuesta, dice McKinsey, es: si Estados Unidos hubiera cerrado la brecha internacional de aprovechamiento entre 1983 y 1998 y hubiera elevado su desempeño al nivel de naciones como Finlandia y Corea del Sur, el producto interno bruto de Estados Unidos en 2008 habría sido entre 1,3 billones de dólares y 2,3 billones de dólares más alto. Si los estadounidenses hubiésemos cerrado la brecha racial de aprovechamiento y el desempeño de estudiantes negros y latinos hubiera alcanzado el nivel de los estudiantes blancos para 1998, el PIB de 2008 habría sido mayor por entre 310.000 y 525.000 millones de dólares. Si la brecha entre los estudiantes de bajos ingresos y el resto se hubiera reducido, el PIB correspondiente a 2008 habría sido de 400.000 a 670.000 millones de dólares superior.

Existen algunas señales alentadoras. El presidente Barack Obama reconoce nuestra urgente necesidad de invertir el dinero y la energía para llevar a esas escuelas y las mejores prácticas que están funcionando de islas de excelencia a una nueva norma nacional. Sin embargo, necesitamos hacerlo con el sentido de urgencia y darle seguimiento que demanda lo que está en juego tanto económica como moralmente.

Pero, con la declinación de Wall Street, muchos más jóvenes educados e idealistas quieren probar la enseñanza. Wendy Kopp, la fundadora de Teach for America  (Enseña por Estados Unidos), se comunicó hace poco con las estadísticas de graduados universitarios que se registraron para sumarse a su organización, a fin de enseñar en algunas de las escuelas más necesitadas, el año próximo: “Nuestras solicitudes totales han registrado un aumento de 40 por ciento. Las presentaron 11 por ciento de todos los graduados de las principales universidades, conocida como la Ivy League, al tiempo que 16 por ciento de la clase de último grado de Yale, 15 por ciento de la de Princeton, 25 por ciento de la de Spellman y 35 por ciento de los alumnos negros de último grado en Harvard. En 130 facultades, entre 5 y 15 por ciento de la clase de último grado presentó solicitudes”.

Una parte de ello, dijo Kopp, se debe a la falta de empleos en otros lugares. Sin embargo, otra parte se debe a los “estudiantes que responden al llamado en cuanto a que este es un problema que nuestra generación puede resolver”. Ojalá así sea, porque actualmente, en términos educativos, no somos una nación en riesgo. Somos una nación en descenso, y nuestra desnudez realmente se está notando.

© The New York Times
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