De tanto que hemos ido a votar en medio de la revolución ciudadana, hemos caído en la abulia, en la desidia, en la desazón. Si antes acudir a las urnas era, ¡oh!, un llamado cívico impostergable, una feliz cita con la democracia, ahora en cambio ¡nos despierta una pereza! Decimos ¡chuta, otra vez a las urnas!

Y, sobre todo, uno se pregunta ¿para qué hay que ir a votar de nuevo? La última vez por lo menos las votaciones estaban justificadas porque teníamos que elegir asambleístas y asambleístos para la Asamblea que iba a instalarse en una ciudad que fue bautizada como Alfaro y que era nuevita, recién construida por las mentes lúcidas y los corazones ardientes, y a la que habían trasladado la mitad de las cenizas de Alfaro, para que los asambleístas y asambleístos se inspiraran y convirtieran en cenizas las anteriores constituciones.

Y, en efecto, ¡cómo se inspiraron! ¡Qué bella Constitución que nos dieron! ¡Totalmente incombustible y con una cantidad de artículos y de artículas! Y tan bien enredada como para que nadie entienda qué mismo es lo que quiere decir. Y facilita para que sea violada por el Correa, también.

O sea, de la anterior votación nos quedó por lo menos una Constitución flamante, un Congresillo que reemplazó a la Asamblea, integrado por la mitad de los diputados que ya estaban bien entrenados para alzar la mano, y una ciudad preciosa que ahora ha sido convertida en museo.

¿Sí vieron en la tele lo linda que quedó la ciudad Alfaro? Cómo estará de linda que hasta tiene tren. No pues un tren que anda, sino un tren de museo nomás.  O sea más o menos como el Alberto Acosta, pero en tren. Es que él también se quedó de pieza de museo. Ojalá le exhiban en ciudad Alfaro, junto al paso al costado que licieron dar y que ha de reposar en una urna con una placa que diga: “Aquí yace el zapato al costado del primer presidente de la Asamblea que fue totalmente derogado por el politburó”.
¡Qué ternura!

¿Qué más irán a exhibir en ese museo? Ojalá exhiban también el récord por ser la Constitución que más rápido se ha aprobado en la historia de la humanidad. Y muestren la foto de los asesores españoles y, en una urna especial, el celular con que el Alexis Mera dictaba los artículos que los asambleístas y asambleístos no habían aprobado pero que debían, por orden superior, ir en el texto. ¡Precioso va a estar el museo!

Bueno, pero si todo eso nos quedó de la anterior elección, de esta ¿qué nos va a quedar?  Nada. ¡Pura pendejada! Un presidente que nues nuevo sino que es el mismo que tenemos y que, encima, va a durar cuatro años más.
Unos alcaldes y unos prefectos que son los mismos que tenemos. Unos asambleístas y asambleístos, que son más o menos los mismos que ya están en el Congresillo. Y una cantidad de candidatos que quiénes también serán y cuyas propuestas cuáles también serían. Ah, y también nos quedan las deudas del Alvarito con sus sobrinitas.

Y ya. ¡Y solo para eso tenemos que ir otra vez a las urnas! ¡Qué pereza!