Agustín Carstens

Al tiempo que los ministros de Finanzas se preparan para la reunión del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) este fin de semana, sería natural que la atención se enfocara primordialmente, como sucedió en la reciente Cumbre del G20, en los paquetes de estímulos, rescates bancarios y disputas regulatorias entre las economías más grandes y ricas del mundo. Sin duda alguna estos temas son importantes, y las decisiones adoptadas por sus líderes tendrán consecuencias más allá de sus fronteras. El reestimular la demanda, así como restablecer la confianza y la operación normal de sus sectores financieros en las principales economías, son elementos cruciales para salir de la crisis económica y financiera.

Sin embargo, existe el riesgo de perder de vista la otra crisis, la crisis económica y humana que se está extendiendo en los países en desarrollo donde vive la mayor parte de las personas pobres del mundo. Estos países no tuvieron papel alguno en los orígenes de la crisis global, pero existe un peligro real de que sus habitantes sufran algunas de las peores consecuencias.

El contagio se está transmitiendo por múltiples vías. El comercio mundial caerá este año por primera vez desde 1945: la OCDE pronostica una disminución de más del 13%. Esto se traducirá en la pérdida de ganancias agrícolas para productores rurales en África y América Latina, y la pérdida de empleos en el sector exportador en toda Asia, Europa Oriental e incluso México. Mientras tanto, los flujos internacionales de capital privado hacia el mundo en desarrollo han caído precipitadamente, muestra de esto es que el Banco Mundial calcula una impresionante disminución en estos flujos de 700 mil millones de dólares anuales desde el 2007.

Más allá de la pérdida de ingresos y empleos, una consecuencia adicional será el debilitamiento de la capacidad de los gobiernos de países en desarrollo para proteger a sus habitantes. Muchos países pobres, lejos de contar con el espacio fiscal para instrumentar presupuestos contracíclicos y proteger de la crisis a sus grupos más vulnerables, tienen que hacer frente a recortes en programas esenciales de salud, educación, alimentación y seguridad social. Es probable que muchos se vean forzados a reducir las inversiones en infraestructura, la base para su prosperidad futura. Los arduos avances alcanzados en las Metas de Desarrollo del Milenio internacionalmente acordadas se encuentran en peligro. El Banco Mundial pronostica que más de 400.000 niños podrían morir cada año como resultado de la crisis. Muchos de los que sobrevivan podrían sufrir daño de por vida, ya que una mala alimentación en etapa formativa puede atrofiar el desarrollo del cerebro de manera permanente, mientras que los niños que abandonan la escuela en tiempos de crisis rara vez regresan a ella.

El evitar las peores de estas consecuencias requiere de una respuesta urgente, coordinada entre los gobiernos de las economías avanzadas y el mundo en desarrollo. Los países miembros de la OCDE deben preocuparse por los países en desarrollo no solo por motivos humanitarios, independientemente de lo apremiante que estos sean, sino también por interés propio. En palabras de los líderes del G20, “la prosperidad es indivisible... para que el crecimiento sea sostenible, debe ser compartido…”.

Los países en desarrollo representan una proporción importante de las ganancias por exportaciones en las economías avanzadas, y a menos que podamos restablecer el crecimiento saludable en los países en desarrollo, el camino hacia la recuperación global será extremadamente cuesta arriba.
¿Qué se necesita hacer? En la última Cumbre de líderes del G20 se logró identificar el rumbo. El trabajo que ahora viene es ampliar el consenso más allá del G20 hacia la comunidad internacional más extensa, a lo que abonará la próxima reunión del Comité de Desarrollo del Banco Mundial. A partir de ahí debemos asegurarnos que las palabras sean traducidas en hechos oportunos y concretos, con las siguientes prioridades.

En primer lugar, los países donantes necesitan analizar su asistencia financiera internacional bajo una nueva luz, dada la crisis humanitaria inminente. Algunos han prometido aumentar los recursos disponibles, en especial los dirigidos a África Subsahariana, pero aún deben cumplirlo. Incluso aquellos países que han venido cumpliendo con sus compromisos podrían contemplar ir más allá, particularmente dadas las actuales circunstancias.

En segundo lugar, es crucial restablecer el comercio mundial. Prácticamente en todas las cumbres globales los países prometen evitar el proteccionismo; sin embargo, un reciente estudio del Banco Mundial mostró que las presiones internas pueden terminar con las mejores intenciones. Más allá de apegarnos a la promesa global de “no ceder”, ¿podríamos presionar por una mayor apertura de los mercados, como se concibió en la Ronda de Doha? Los “realistas” descartan tal escenario, pero hay que imaginar el mensaje de esperanza que un logro así enviaría.

Por último, debemos maximizar el impacto de las agencias internacionales, quienes tienen una enorme cantidad de trabajo extra en estos tiempos. Esto implica observar de manera crítica la idoneidad de los recursos disponibles en el FMI, el Banco Mundial y los bancos de desarrollo regionales, como el BID. También implica estar seguros que la voz de los países en desarrollo y en transición se vea reflejada adecuadamente en sus órganos de gobierno.
Estos son tiempos de prueba. Debemos hacer todo lo que podamos para traducir nuestras palabras en hechos y preparar el camino para tiempos mejores.

 * Secretario de Hacienda y Crédito Público de México y Presidente del Comité de Desarrollo del FMI-Banco Mundial.

El comercio mundial caerá este año por primera vez desde 1945, la OCDE pronostica una disminución de más del 13%. Esto se traducirá en la pérdida de ganancias agrícolas para productores rurales en África y América Latina, y la pérdida de empleos en el sector exportador en toda Asia, Europa Oriental e incluso México.

 Mientras tanto,  los flujos internacionales de capital privado hacia el mundo en desarrollo han caído precipitadamente, muestra de esto es que el Banco Mundial calcula una impresionante disminución en estos flujos de 700 mil millones de dólares anuales desde el 2007.