Simón Pachano
Se suponía que con la limitación del gasto de campaña y las regulaciones a la publicidad electoral se lograría alcanzar tres objetivos. En primer lugar, que todos los candidatos lleguen en igualdad de condiciones a los electores. En segundo lugar, que estos últimos se informen adecuada y equilibradamente de las diversas propuestas y opciones que se presentan. En tercer lugar, que se evite que los dineros sucios se filtren en la campaña e invadan con sus efectos negativos al conjunto de la actividad política. Son tres principios básicos que, por varias razones, no solo han sido imposibles de alcanzar en el país sino que se ha retrocedido de una elección a otra. Basta mirar y escuchar ahora mismo la televisión o la radio para comprobarlo. Es penoso el balance que se puede hacer cuando faltan menos de dos semanas para que concluya la actual campaña. Todo eso sin entrar en la utilización de los recursos públicos por parte de las autoridades que van a la reelección, que es un tema tan espinoso como estos, pero que merece tratamiento especial.

La modalidad diseñada y aplicada por el Consejo Nacional Electoral no permite alcanzar uno solo de esos tres objetivos. Al dejar a cada organización política en libertad de pautar, se produce de hecho un desequilibrio que rompe cualquier posibilidad de igualdad. Así mismo, el sistema no está hecho para que las personas y las organizaciones puedan comunicar sus propuestas, sino a lo mucho para darse a conocer, esto es, para fijar en los electores una cara, un número, un color o un símbolo.

Tampoco se logra evitar la intervención de dineros sospechosos, porque se deja fuera de control todo lo que no hace relación específicamente a la difusión en medios. En síntesis, es un enorme salto hacia atrás, a esos tiempos en que la odiada partidocracia aplicaba la ley del embudo. La diferencia está en que ahora se lo hace con la sutileza de unas disposiciones que extrañamente tratan de combinar la regulación estatal con la libertad de mercado.

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Cabe decir que lo más penoso de esta situación no se encuentra en los resultados más visibles de esas equivocadas modalidades de regulación. De manera directa estas alimentan la banalización de la política que, ciertamente, de poco necesita para crecer en nuestro medio. Los espacios disponibles para la publicidad electoral y la modalidad aplicada para ella, son en este momento los principales enemigos de la instauración de un debate serio y profundo entre la ciudadanía. A la vez, son los mejores aliados de la superficialidad, de la venta de la imagen en lugar de la propuesta, de la sonrisa en lugar de la explicación, de la consigna en lugar de la solución. Son incentivos para que los partidos y los movimientos políticos se pongan a vender productos y se despreocupen alegremente de la engorrosa tarea de construir alternativas. Son la invitación para que el mundo de la farándula mantenga el pase libre que le da derecho a entrar cuando le venga en gana al mundo de la política.