Es miércoles, además, miércoles de Ceniza. Regresamos a nuestras actividades luego de un feriado nada despreciable. Es difícil decir cómo nos sentimos los ecuatorianos luego de estos días de vacación; mejor, quizá pueda decir cómo me siento o como se han sentido las personas con quienes nos hemos visto en estos días. Cada vida es un misterio. Los rostros no siempre transparentan el alma. Las palabras pocas veces traducen nuestro estado de ánimo. Pero, en fin, acá estamos, hemos sobrevivido y estamos listos para continuar el camino.

Los días de carnestolendas no son muy apropiados para la reflexión; parece que necesitamos siempre de unas jornadas de locura para deshacernos de preceptos y usanzas que en ocasiones aprisionan nuestra alma y achican el espíritu; mas, a pesar de esto, antes o después de nuestros jolgorios, en ocasión en mitad de ellos, esta “maldita manía de repensar las cosas”, como dijera un iconoclasta de la moral, nos encuentra sumergidos en divagaciones, en dóndes y porqués, en cuándos y cómos, que terminan por doblegar nuestro espíritu nómada y encerrarlo entre cuatro paredes.

Comparto con ustedes algunas conclusiones de los avatares de estos días, de lo que nuestra gente percibe y de los ecos diarios de nuestros medios de comunicación social, tan vapuleados y tan necesarios, para tirios y troyanos, como elementos indispensables para la forja y crecimiento de nuestra opinión individual y para la creación de la opinión pública, en general.

-He pensado qué fácil resulta destruir, echar abajo tramos significativos de vías de comunicación; impedir la comunicación interprovincial; aislar a los pueblos; poner en riesgo la carga del transporte pesado que tiene horas contadas para trasladarse de un lugar a otro so pena de que se dañe el esfuerzo de muchas manos. Son suficientes un par de días de aguaceros inclementes; tres o cuatro jornadas de tempestades inusuales y todo se viene abajo. Cuando la naturaleza sale de su comportamiento habitual, aquí o en Europa, sálvese quien pueda.

-Tuvimos conexión para movilizarnos en la Costa o en la Sierra, por separado, sin mayor riesgo; pocos se atrevieron a remontar la cordillera en busca del mar o en pos de los nevados; la Sierra pudo también acceder al Oriente.

-Las lluvias tienen el don de lavar nuestros caprichos, de desnudar nuestro orgullo, de hacernos tragar nuestras veleidades y de comprobar que del “dicho al hecho hay mucho, demasiado, trecho”. Bien valdría una publicación oficial, en los diarios del país, sobre nuestra realidad vial, algo que he solicitado algunas veces a los personeros del MTOP. El país requiere saber: vías contratadas; total de kilómetros; avance de las obras; tiempo de ejecución. No es mucho pedir.

-También he pensado en estos días qué fácil es destruir la imagen de un país, la honra de las instituciones, la dignidad de las personas; basta un micrófono, doscientas o trescientas emisoras ávidas de noticias o temerosas de castigos; asesores de imagen que conocen de súbitos efectos mágicos; ausencia de leyes y tribunales que quieran cumplir con sus obligaciones. En pocas horas el andamiaje se viene abajo; el desparpajo triunfa; el tejido social de un país se hace jirones.