Simón Pachano
La matemática es a la utopía lo mismo que el mal olor para el enamoramiento: ambos rompen el encanto de la fantasía y ponen límites al optimismo desbordado. En efecto, bastó la aritmética para sepultar las ilusiones de los revolucionarios ciudadanos que convocaron a las elecciones primarias de la más poderosa organización política del país. Aunque no se hubieran presentado todos los otros problemas –desorganización, clientelismo, uso de recursos públicos maniobras internas, manipulación de papeletas– los números habrían sido suficientes para demostrar que la realidad es muy distinta a la que anida en las cabezas altivas y soberanas.

Un número clave es la cantidad de personas que fue a votar. Considerando que se trataba de una elección abierta, potencialmente podían hacerlo todos los empadronados, es decir, más de nueve millones y medio de personas.

Desafortunadamente, no se ha publicado el dato final del número de electores, pero hay una pista en la elección para la prefectura de Guayas.
Allí, donde podían votar alrededor de dos millones y medio de personas, hubo 39.158 votantes. Esto equivale al 1,6% del padrón de la provincia más poblada del país. Es una proporción insignificante desde cualquier punto de vista que se la mire.

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En sí mismo, este bajo número debe causar preocupación a los dirigentes de AP. Seguramente podrán tranquilizarse con la expectativa de alcanzar el 40 o el 50% en esa misma provincia en las elecciones de abril, lo que es bastante probable de acuerdo a cómo se presenta el panorama. Pero, lo que verdaderamente debe quitarles el sueño es la enorme diferencia que hay entre la proporción de personas que está dispuesta a incidir en la definición de las candidaturas por medio de la elección primaria y la que le apoya cuando compite con otros partidos. Es, sin duda, la misma conducta pasiva que tenía la ciudadanía en los tiempos de la odiada partidocracia, cuando esperaba a que las decisiones vengan cocinadas desde arriba para después salir a votar. Es lo que desprende de ese 98,4% que no quiso participar en la selección de los candidatos.

Otro número interesante es el de los votos nulos y blancos. Se supone que quien decide participar en unas primarias tiene sus preferencias claras y que votará por uno de los candidatos. Lo menos que se espera es que no se pronuncie por ninguno, como fue en este caso en la misma provincia de Guayas. Más de la cuarta parte (28,0%) dejó en blanco su voto, en un virtual empate con la candidata triunfadora (que obtuvo el 29,6%). En consecuencia, una alta proporción fue indiferente ante los nombres y las propuestas, lo que debe ser otro motivo de preocupación. Dado que no es un partido organizado, un comportamiento de este tipo solo se explica por el peso del líder máximo, que relega a un segundo plano no solo a las otras personas, sino también las ideologías y los programas.

Odiosa matemática que sepulta los sueños de participación y que hace ver una realidad de indiferencia y de caudillos.