La Navidad comenzó en muchos hogares y en muchas personas hace varias semanas. Los preparativos de las fiestas suelen ser extenuantes o gratificantes, según se los viva. Si se los disfruta, si los  preparativos en sí son una fiesta, se convierten es un momento de alegría y de solaz. Si se lo considera una penitencia, entonces es un engorroso trámite que hay que acabar pronto. Si regalando buscamos aquello que da alegría a quienes amamos, entonces todos crecemos en afecto y en humanidad. Recuerdo a alguien que quería mucho a un médico amigo. Había observado que utilizaba plumas de diferentes colores para sus apuntes y recetas. Se pasó mucho tiempo buscando hasta que encontró una pluma sencilla que tenía tinta azul, roja, verde y negra. Solo había dos, así que ese fue su regalo. La alegría del que recibió como del que dio fue inmensa, la sencillez del don añadía gozo al regalo.

Si decimos que la Navidad es la fiesta de los niños, no es menos cierto que es también y sobre todo la fiesta de las mujeres, que son las que tienen que estirar el presupuesto, que en los sectores populares cocinan y arreglan la casa para que esté limpia y acogedora y que después, y no pocas veces,  tienen que soportar la embriaguez de sus maridos que se pasaron “festejando” la Navidad… con sus amigos de juerga.

La mujer tiene un privilegio innegable, engendrar la vida desde su cuerpo. En el acontecimiento que celebra el mundo cristiano, María tiene un rol fundamental. La mujer en casi todas las iglesias está relegada a un rol de asistencia, de apoyo insustituible pero visiblemente secundario. No ocupan cargos en que sus decisiones sean determinantes. Sin ellas casi nada funciona, pero están supeditadas a los ministros, sacerdotes y jerarcas. En el mundo musulmán muchas viven en cárceles autoconstruidas para no ser vistas más que por sus dueños-esposos.

Si la Navidad reivindica a los pobres, Jesús nació, vivió y murió pobre, también pone en primer plano a la mujer. Las opresiones religiosas son tenaces porque se les concede un valor sagrado, quien intente cuestionar algo del “sistema” dogmático que lo sustenta se convierte en suspecto, sospechoso, hereje.

Sin embargo, la mujer que ha concebido, llevado en sí durante nueve meses el cuerpo de un nuevo ser, que ha vivido con sufrimientos mayores o menores el embarazo y el parto y que por fin ha estrechado en sus brazos a ese pequeño ser querido, puede decir  con emoción: “Este es mi cuerpo”. Sin entrar en las engorrosas elucubraciones sobre la virginidad de María, pues es su maternidad lo que la convierte en el referente para el mundo cristiano, para los católicos el cuerpo de Jesús es realmente el cuerpo de María, transformado a lo largo de los años. De que cuestionar y preguntarse sobre algunas afirmaciones sobre el sacerdocio y el ejercicio del poder dentro de las iglesias católicas.

Esta noche es Nochebuena. Para muchos, noche de encuentro familiar. Para muchos además,  noche de angustias. Para quienes acaban de perder su trabajo o saben que no continuarán en él, la incertidumbre pone notas de desasosiego y tristeza.

Es momento de solidaridad, de recuperar lo esencial, de ser creativos para encontrar soluciones nuevas al hambre, al desempleo, a la inestabilidad política y económica sin creernos los cantos de sirena que nos dicen que otros van a solucionar los problemas. Que todos podamos engendrar un mundo nuevo, sencillo, equitativo, alegre es el desafío para el que también debemos prepararnos.