En un futuro no muy lejano, los historiadores seguramente escribirán que una de las diferencias más visibles entre los regímenes de Rafael Correa y Lucio Gutiérrez fue que el economista contó desde el principio con un numeroso grupo de cuadros políticos que hicieron las veces del partido político que el coronel, en cambio, ni siquiera alcanzó a ver mientras vivía en el Palacio de Carondelet.

Incluso antes de la campaña electoral, Correa ya se había ganado la confianza de decenas de intelectuales de izquierda, gente acostumbrada al trabajo hombre a hombre, barrio por barrio, y muy capaces para escribir planes, redactar informes y dar declaraciones.

Pero a medida que los triunfos electorales se sucedieron, la base política del Presidente se fue ampliando. Las alas de centro y derecha, insignificantes al inicio, se fueron enroscando muy sutilmente en las palancas del poder, con el auspicio de Correa, de tal modo que cuando la izquierda se dio cuenta, ya era tarde.

La pregunta es si Correa no apresuró la ruptura. Es lo que uno tiende a creer al observar las pugnas que brotan en Alianza PAIS luego del distanciamiento de Alberto Acosta y Mónica Chuji. Lejos de haberse unificado, el partido oficial se convulsiona más que nunca. El escenario de enemigos y rivales, unidos solo por la ambición de trepar el uno sobre el otro, nos recuerda a Pueblo, Cambio y Democracia, el partido que Jaime Roldós inútilmente quiso crear desde la Presidencia y que acabó en pedazos.

Crisis así han sido frecuentes en otros movimientos. Para llegar a la presidencia, José María Velasco Ibarra también se rodeaba de comunistas, socialistas, conservadores y liberales; y una de sus principales ocupaciones era mantener el equilibrio entre todos. Pero en algún momento cometía un desliz, el velasquismo estallaba y el profeta acababa en el destierro.

Es probable que Correa se haya percatado de que aún no dispone de todos los cuadros que requiere para manejar el Estado y ganar la nueva campaña electoral que se avecina.

Ni siquiera el centenar de alcaldes que se pusieron a su disposición meses atrás, alcanza. La mayoría está demasiado ansiosa por levantar los dineros públicos como para ofrecer garantías de que serán leales sin importar las circunstancias. Haría falta gente más firme; corrupta políticamente, pero firme.

Por eso el Presidente posterga la ruptura pública con Acosta. Las elecciones no son un asunto de votos solamente, sino de disponer de la maquinaria política puesta a punto para recoger esos votos.

La pelea interna de Alianza PAIS en cada provincia, si se mira bien, queda reducida precisamente a la conjunción de estas dos necesidades del Presidente: relegar a la izquierda a posiciones cada vez más insignificantes, pero a ritmo moderado para que ni grite ni se defienda, y consolidar mientras tanto una estructura y una organización de cuadros propia, sin intermediarios, como única garantía para controlar el poder durante los próximos ocho años al menos.

Difícil combinación, pero ante la cual Correa ha demostrado ser muy hábil.