En la versión del Sur de California en el año 2025 de Vernor Vinge, hay una escuela con el lema “Esforzándose para no volverse obsoleta”. Quizás no suene motivador, pero para la gran cantidad de fanáticos de Vinge, este es un objetivo muy ambicioso, y quizá inalcanzable, para cualquier miembro de nuestra especie.

Vinge es un matemático y científico computacional cuya ciencia ficción ha ganado cinco Premios Hugo y le ha valido buenas críticas incluso de ingenieros que analizan su verosimilitud técnica. Puede escribir dramas sobre temas espaciales como el mejor, pero también sospecha que las sagas intergalácticas se volverán tan obsoletas como sus héroes humanos.

El problema es un concepto descrito en el histórico ensayo de Vinge, en 1993, The coming technological singularity (La próxima singularidad tecnológica), que predecía que las computadoras serían tan poderosas para 2030 que surgiría una nueva forma de súper inteligencia. Vinge comparó ese punto en la historia con la singularidad al borde de un hoyo negro: una frontera más allá de la cual ya no se aplicaban las antiguas reglas, porque la inteligencia posthumana y la tecnología serían inescrutables para nosotros.

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A la singularidad frecuentemente se le conoce como “el arrebato de los nerds”, pero Vinge no prevé el éxtasis inmortal. El científico computacional que lleva dentro podría deleitarse con las maravillas tecnológicas, pero el novelista imagina catástrofes y le preocupa el destino de humanos no tan maravillosos como Robert Gu, protagonista de Rainbows end (Al final del arcoiris), su novela más reciente.

Robert es un profesor de inglés y poeta famoso que desarrolla el mal de Alzheimer y languidece en un hogar para ancianos hasta 2025, cuando la singularidad parece cercana y la tecnología obra maravillas. Recupera la mayoría de sus facultades mentales; su cuerpo de 75 años rejuvenece y hasta sus arrugas desaparecen.

Sin embargo, está tan perdido en este mundo nuevo que tiene que regresar a la preparatoria para aprender habilidades básicas de supervivencia.

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“Estas personas en Al final del arcoiris tienen la capacidad de concentración de una mariposa”, expresó Vinge. “Se posarán sobre un tema, lo usarán en una forma particular y luego pasarán a algo más. En este momento, a las personas les preocupa que ya no tenemos empleo de por vida. ¿A qué extremo podría llegar? Podría imaginar un mundo donde todo es trabajo a destajo y las obras duran menos de un minuto”.

Es una visión inquietante, pero Vinge la clasifica como uno de los escenarios menos desagradables para el futuro: la amplificación de la inteligencia, o AI, en la que los humanos se vuelven constantemente más inteligentes al combinar su conocimiento entre ellos y con las computadoras.

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La alternativa a la AI, imagina Vinge, podría ser el triunfo de la IA, a medida que la inteligencia artificial supera a la variedad humana.

Si eso sucede las máquinas súper inteligentes no se contentarán con trabajar para sus amos.

Para evitar ese escenario, Vinge ha instado a sus compañeros humanos a volverse más inteligentes al colaborar con las computadoras.

En la conclusión de Al final del arcoiris, hay señales de que la singularidad ha llegado en la forma de una red súper inteligente de humanos-computadoras.

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“Creo que hay una buena posibilidad de que la humanidad participará en la singularidad”, dijo. “Sin embargo, por otra parte, simplemente podríamos quedarnos atrás”.