No sé si vieron la última encuesta de Santiago Nieto. En dos semanas o algo así, el No perdió cuatro puntos que los ganó el Sí. Los votos nulos y blancos continúan más abajo, pero imperturbables.

Conclusión que hay que sacar: las fuerzas del No están fracasando. No consiguen convencer a los indecisos, y un sector de su propia periferia se les pasa al bando contrario.

¿Por qué ocurre así? Porque la campaña por el No se ha concentrado en tres temas exclusivos, el aborto, el matrimonio homosexual y el comunismo, que para el pueblo ecuatoriano no son gravitantes a la hora de decidir sobre una Constitución.

Lo que le preocupa a las personas en la calle es el empleo, los precios y la crisis general, y quisieran saber si esta Constitución contribuirá a resolver ese drama cotidiano. Pero las fuerzas del No están en otra, desplegando una prédica sobre la moral privada que no cuaja.

“La moral es muy buena, pero no para los hambrientos”; cito de memoria (y probablemente me equivoque) a Mack Cuchillo, de La ópera de tres centavos, de Bertolt Brecht.

Hay excepciones. Pablo Lucio Paredes y César Montúfar llaman a votar No con argumentos mucho más cercanos a la gente, pero no tienen (ellos mismos lo reconocerán, supongo) el liderazgo del No, que ha caído  en manos de los grupos más conservadores del país, faltos de creatividad y frescura.

Los spots publicitarios del Sí desbordan música, alegría, risas y esperanza, igualito que la Coca-Cola; mientras que el No apenas tiene para mostrarnos a la ex modelo de Alianza PAIS Rosanna Queirolo. Solo falta que se les una Osvaldo Hurtado para que el cocido esté listo.

Aun  así, sigo creyendo que hay muchísimas posibilidades de que el país no apruebe la nueva Constitución. Me baso  en que el pueblo trabajador tiene instinto y desconfía de los gobernantes que acumulan poder. Los aguanta un tiempo, mientras funcionan, pero luego los abandona.

Así ocurrió con García Moreno, Ignacio de Veintimilla, León Febres-Cordero y tantos más. Por eso en el Ecuador casi no hemos tenido dictaduras sino pocas dictablandas.

Muchos ciudadanos, además, ya se dieron cuenta de que algo no anda bien. ¿Si el proyecto de Constitución es tan generoso en derechos humanos, cómo así el Presidente sigue haciendo apresar a los ciudadanos de a pie que le expresan su descontento?

¿Si el modelo económico del Buen Vivir es tan fabuloso, por qué los precios siguen subiendo y no aumenta el empleo?

¿Si tanto se proclama la lucha contra la partidocracia, por qué se mantuvo la votación por listas y entre listas y por qué no se crearon los distritos, como Alianza PAIS propuso en la campaña electoral?

Así que todavía no está dicha la última palabra, que hoy más que nunca la dirás tú, estimado lector, pero no como un ciudadano solitario el día de las elecciones y ante las urnas, sino en la medida en que te decidas a hacer lo que no pueden nuestros dirigentes: es decir, organizar a tus amigos y vecinos para hacerle a la gente  preguntas sencillas como estas:

¿Qué cree usted que hubiera hecho Jacobito Bucaram si su papá hubiese tenido la atribución de disolver el Congreso y dictar  las leyes que quisiera, como propone la nueva Constitución?

¿Cree usted que a Jamil Mahuad lo hubiesen derrocado si al momento de decretar el feriado bancario y la dolarización hubiese tenido bajo su control cuatro canales de televisión, cinco radioemisoras y dos diarios?

¿Qué cree usted que hubiese pasado con la sentencia de cárcel contra Fernando Aspiazu si la Constitución de entonces hubiese previsto una cuarta instancia?