La Gioconda, también conocida como Mona Lisa, fue pintada por Da Vinci entre 1503 y 1506, y es, hasta la actualidad, una obra que seduce y sorprende. El principal atractivo del cuadro, un óleo sobre tabla de 77x53 centímetros, que se exhibe en el museo de Louvre, en París, Francia, es la célebre sonrisa de la modelo. Da Vinci mantiene en la sonrisa un delicado y sutil juego de luces y sombras en torno a la nariz, los labios y el mentón, que porporciona al amable gesto la enigmática profundidad que lo ha hecho mundialmente famoso.
La protagonista está retratada de medio cuerpo vuelto hacia el espectador, sentada en lo alto de una probable galería, con una baranda adornada con balaustres, detrás de la cual se extiende el paisaje de fondo. En este aparece a la izquierda un camino sinuoso y a la derecha el cauce seco de un río.
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Da Vinci presta una minuciosa atención a los detalles y observamos el fino velo que cubre el pelo suelto, la cenefa, los bordados y pliegues del vestido, los reflejos naturales sobre las mangas y el sutil sombreado -sfumato-, en particular en la cara y en las manos, que confieren al cuadro un extraordinario y armónico efecto plástico.
A este también contribuye el tratamiento de la luz que ilumina con suavidad el rostro, el pecho y las manos de la figura, de igual modo el paisaje de fondo.
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Da Vinci es, como ningún otro ser humano en la historia, el paradigma del genio. Figura central del Renacimiento, entre la Florencia y el Milán gobernados por los Médicis y los Sforza, proyecta su figura excepcional sobre todos los campos del saber y del arte, en un periodo en el que se verifican profundas transformaciones sociales, económicas y políticas que encaminan el mundo hacia la modernidad.
Por ese motivo, su obra más representativa ha sido escogida para inaugurar la colección de afiches de Diario EL UNIVERSO. En los próximos lunes circularán obras también maestreas de Rubens, Van Gogh, Caravaggio, Monet, Velázquez, Renoir, Gauguin, Miguel Ángel, Tiziano, Goya y Cézanne.