Recibí a más de cuarenta adolescentes embarazadas. Jamás impuse una decisión.
Solo mostré un feto formado metido en un frasco minúsculo, dije: “Míralo, luego haz lo que te parezca”. Dos de ellas abortaron por terror al padre, temor a que las echaran de la casa. No hablemos de los machistas que obligan a la esposa, hija, enamorada, a abortar, a veces a patada limpia. El hombre es el principal culpable.
Quizás solo las mujeres, por experimentarlo en carne propia, deberían opinar acerca del tema.
Quisiera que cualquier persona presenciara un aborto, viera cómo la succionadora despedaza al feto, cómo se encoge, huyendo de la trituradora, cómo se van por una cañería de plástico trocitos de carne sangrienta. Dirán que soy dramático porque resulta más cómodo imaginar una jalea insignificante, una limpieza de útero, casi un proceso higiénico. A las poquísimas semanas, el nuevo ser está formado. Su corazón late a los dieciocho días. Presencié en quirófanos muchos partos, milagros que representan la llegada de un nuevo terrícola. No puedo contener las lágrimas al oír el primer grito de un neonato temblando de frío; recuerdo a mi nieta Chloé agarrando mi dedo con su pequeña mano, bien decidida a no soltarlo.
No rechazo excepciones, tampoco doy consejos sino una opinión personal. En caso de violación, dejaría a la víctima de la agresión la libérrima decisión, tal vez sugiriendo adopción, pero jamás me erigiría en moralista. Aborrezco el puritanismo beato que acusa, esconde sus basuras. El texto bíblico ha de ser contundente para los cristianos: “Tú formaste mis entrañas, me hiciste en el vientre de mi madre. Estoy maravillado, mi alma lo sabe muy bien, mi cuerpo no se te ocultaba aunque lo plasmabas en la oscuridad. Tus ojos veían mis actos, todos se hallan escritos en tu libro. Los días estaban determinados antes de que ninguno de ellos fuese”. (Salmos de David 139/13-17). Soy partidario del condón y otros anticonceptivos por razones múltiples. Impedir el encuentro de un espermatozoide con el óvulo no es lo mismo que matar.
Lo paradójico o controversial es que si una mujer echa el feto al tacho de basura se la juzga como asesina, mientras se practican más de cincuenta millones de abortos cada año en el mundo. Si los lleva a cabo el muy capacitado o distinguido médico de la familia, los riesgos de muerte son mínimos para la madre, se salva el “honor” de la niña mancillada. La tasa de fallecimientos en barrios pobres es escalofriante. En el fondo, la sexualidad interesa mucho más a la gente que el amor mismo. Todos cargamos parte de la culpa. Necesitamos cursos de ternura, luego de educación sexual, mas preferimos la cultura del placer por el placer. El amor se ha vuelto irresponsable.