“Yo quería ser madre y Zoila también, pero ella no podía porque había tenido infecciones vaginales”, relata Luisa, quien pagó cinco mil dólares, de sus ahorros de casi tres años, por el tratamiento de inseminación que le hizo un ginecólogo.

El niño, de 6 años, es el principal argumento de esta pareja para defender la unión de hecho entre personas del mismo sexo. “Si algo me llegara a pasar, quisiera que nuestro hijo se quede con Zoila, como se quedaría si se tratara de una pareja heterosexual. Estamos averiguando con abogados qué debemos hacer para que ella se quede con la patria potestad”, dice Luisa, preocupada porque no quisiera que el pequeño sea criado por sus familiares. Ambas, incluso firmaron un documento de sociedad mercantil para tener ciertas garantías sobre los bienes que han adquirido durante su relación.

No obstante, la situación jurídica en este caso es incierta, dice Nixon Ruiz, juez de la niñez y adolescencia. “Legalmente el niño tendría que quedarse con el padre o con los familiares de la madre, pero ahí hay un problema porque no se puede romper los lazos de afectividad que tiene el niño con la que llama mamatía”, dice Ruiz, y recalca que hasta el momento no se han presentado este tipo de casos.

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Para Zoila, el amparo jurídico es lo de menos: “(Si acaso falleces) No iré a tu velorio. En ese momento armaré unas maletas y me llevo al niño de la casa donde nadie me encuentre”, explica con determinación.

El menor desconoce la relación afectiva de ambas. Les dice mamá a Luisa y a Zoila “mamatía”, las llama “mis dos mamás”. Y ante él, Zoila y Luisa se comportan como si fueran únicamente dos amigas. No se demuestran amor ni tienen gestos de cariño.  “No queremos confundirlo, aunque él ya está definido. Le gustan las niñas, incluso tiene una novia en la escuela, ahí por lo menos ya estoy tranquila”, dice Luisa, de baja estatura y contextura gruesa. “No queremos que viva la discriminación que nosotras”, recalca.

Cuando su hijo le pregunta por homosexuales que mira en la televisión, ella le responde: “Así como hay relaciones entre un hombre y una mujer, hay relaciones entre dos hombres y también entre dos mujeres”.

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Este tipo de situaciones son complejas, dice el psicólogo Samuel Merlano. “El niño está viviendo contra una formalidad familiar que todos los demás niños van a ver”, señala, y agrega que es posible que al conocer la verdad el niño tenga conflictos. “El niño no necesariamente tendrá la misma orientación sexual, pero puede tener crisis existenciales, estados depresivos. Depende de los padres”, expresa.

Luisa “salió del clóset” o dio a conocer a sus familiares su condición de lesbiana a los 15 años, después de que su hermano la descubriera hablando por teléfono con su pareja, una chica de su misma edad.

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“Desde los 6 años me gustaban las niñas. Mi mamá tenía sospechas de mí, no me gustaba usar vestidos. Es algo que no se hace, la atracción está ahí”, explica Luisa, quien estudió en un colegio de monjas hasta que se graduó y ha tenido dos parejas antes de conocer a Zoila.
Mientras Luisa recuerda sus relaciones pasadas, Zoila la interrumpe: “La primera soy yo”.

Se conocieron en la sede de Famivida (Fundación Amigos por la Vida). “Era divertida”, dice Luisa; “tenía una carita inocente”, cuenta Zoila, quien “respiró profundo” cuando hizo público su lesbianismo ante sus familiares, a los 22 años.

“Ya había el rumor. Cuando le dije a mi mamá que era lesbiana, ella lloró mucho, se decepcionó, porque siempre había soñado con verme casada vestida de blanco”, señala Zoila, menuda, de tez negra y finas facciones.

Ambas decidieron “formar un hogar”, al principio con la resistencia de sus familiares. Actualmente ambas familias aceptan la relación, ellas participan de las reuniones familiares en Navidad o Año Nuevo, siempre cuidando de no mostrar su condición de lesbianas frente a los sobrinos de ambas.
 

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