Después de casi tres horas de recorrido en el largo convoy del tradicional ferrocarril ecuatoriano, nos topamos con una espontánea reunión de turistas extranjeros en Guamote (provincia del Chimborazo), en donde a 3.050 metros sobre el nivel del mar intercambian ideas como si estuvieran en el mismísimo foro de las Naciones Unidas.

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De Alemania: Johannes Dering, de 47 años, fanático de los viajes que vino al Ecuador con sus tres hijas adolescentes.

De España: Rosario Beca, ingeniera civil que a sus 40 llegó con su esposo, Julio Balbuena, para disfrutar de su segundo viaje en el ferrocarril ecuatoriano (el primero lo hicieron hace cinco años).

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De Suiza: Peter Dick, ingeniero jubilado setentón que encuentra deleite gastando plata al recorrer el mundo con su esposa, Roselina.

Los tres europeos coinciden en que el tren ecuatoriano es uno de los mayores atractivos de Sudamérica, “toda una aventura que nos atrajo por sus hermosos paisajes”, según el alemán; “el punto más añorado de nuestro recorrido por Ecuador”, dice la española; “un hermoso viaje para gastarme horas y horas de filmación con mi cámara”, afirma el suizo.

Sin embargo, también concuerdan en que sintieron desilusión al enterarse de que no podían viajar sobre el lomo de los vagones. No vivirían la adrenalina de la altura en movimiento, específicamente por una prohibición generada porque en febrero anterior fallecieron dos turistas japoneses al ser golpeados por un cable tendido sobre la vía, justo antes de ingresar a Guamote. Los desafortunados viajaban en el techo, tal como ha sido la costumbre de los turistas.

“Pero esa situación debería haberse resuelto hace meses poniendo más seguridad”, indica el alemán Dering. “Esa disposición ahora nos obliga a captar los paisajes asomados por la ventana y rodeados por los muros del vagón”, comenta el suizo. “Por favor, amigo periodista, no deje de mencionar que deberían levantar esa prohibición, porque los turistas venimos desde tan lejos para viajar en el techo del tren; allí está la maravilla de esta experiencia”, solicita Beca.

Cumplido el encargo.

Rumbo al cielo y al Diablo
La espontánea reunión se rompe cuando los controladores del ferrocarril anuncian que la locomotora está a punto de partir desde la estación de Guamote, población en donde el tren se detiene para que los turistas estiren las piernas y sus bolsillos en la improvisada feria artesanal que los espera cada miércoles, viernes y domingo. María Naula, indígena que vende guantes, abrigos y bufandas, considera que la venta hoy ha estado floja. “Otros días es mejor. El tren siempre nos trae la platita de los viajeros”, indica, mientras una joven alemana le paga $ 2 por un monedero.

Son las 09:45 de este viernes que despertó emociones a las 07:00 en la estación de Riobamba, cuando esta gran máquina partió hacia un recorrido matizado desde el inicio por la entusiasta despedida de los riobambeños –niños, adultos y ancianos– que levantaban sus brazos en un ritual que se repite en cada salida del ferrocarril, y con la fantástica vista del volcán Chimborazo, que se asomó en nuestro camino a los 20 minutos de empezado el viaje.

“El volcán es hermoso” me decía en ese momento Erick, un holandés de apellido impronunciable, mientras estiraba su cabeza como avestruz por la ventana del vagón para atacar al Chimborazo con su cámara de fotos. “Parecería que lo tuviéramos aquí cerquita y que de un brinco pudiéramos llegar a él volando” decía sonriendo, mientras seguía dándole duro a su artillería de imágenes digitales.

Pero aquello quedó atrás. En Guamote nos subimos nuevamente al interior del vagón turístico para continuar sobre las paralelas en este paseo que ahora se dirige hacia la parroquia rural de Palmira, población indígena enclavada entre estas montañas que parecen abrirle paso ceremonial a la locomotora. ¿Por qué los pobladores de todos estos recintos saludan el paso del tren? ¿Qué los hace detener sus trabajos en la tierra, los adultos, y sus juegos, los niños, para agitar brazos y sonrisas?

Es como si abrieran una calle de honor que observamos con asombro y curiosidad desde el vagón 1580, el cual fue readecuado hace unos dos años por el Ministerio de Turismo tras una inversión de $ 36 mil. Por ello ahora tiene asientos más cómodos, un baño y, en el techo, sillas de plástico y barandas de seguridad.

Este es el ejemplo de cómo deberán ser los demás vagones del tren cuando este medio de transporte esté restaurado el próximo año, según anuncia el Ministerio de Transporte y Obras Públicas.

Aunque la prioridad en este trabajo es la instalación de nuevos durmientes de madera en la vía, porque una gran cantidad de los actuales está en pésimas condiciones.

“Eso provoca los descarrilamientos”, afirma uno de los empleados del ferrocarril. “Cuando ocurre por primera vez resulta un acontecimiento curioso para los turistas, y hasta ellos aplauden y se emocionan cuando el tren vuelve a la vía. Pero hace algunos meses nos descarrilamos seis veces en un mismo viaje. ¡Imagínese! Allí pasamos de los vítores y aplausos a los abucheos y quejas”, manifiesta.

La palabra “descarrilamiento” puede provocar nervios a cualquier pasajero ferroviario. Sin embargo, es algo que no causa ningún peligro a los 20 kilómetros por hora de nuestra velocidad promedio. Pero sí ocasiona un retraso de unos veinte minutos, tal como lo comprobamos dos kilómetros antes de llegar a Alausí.

Solucionado el percance arribamos a las 12:10 a esa estación, para diez minutos después emprender el viaje de cuarenta minutos hacia la montaña conocida como Nariz del Diablo, en donde el tren debe bajar en reversa por esa pendiente de unos 800 metros de altura.

Los turistas se empeñan en sacar sus cabezas y cámaras fotográficas por las ventanas de los vagones mientras el tren realiza esta curiosa maniobra, tras la cual llegamos a una suave llanura rodeada de montañas para cumplir la última parada del viaje antes de nuestro regreso a Alausí.

En medio de ese panorama se abre la segunda sesión espontánea de los tres turistas europeos, que ahora conversan sobre lo vivido dentro del restaurado vagón turístico 1580.

Fue fantástico, todos coinciden. Aunque enfatizan que habrían preferido vivir la experiencia sobre el lomo de los vagones y bajo el cielo desnudo del paisaje interandino.

Informes: (02) 258-2921, (03) 296-1909, www.efe.gov.ec