Pese a que la Ley de Radio y Televisión y el Código de Ética de la Asociación de Canales lo ordenan, el clasificar los programas de acuerdo con ciertos parámetros no es una norma en la televisión ecuatoriana.

Algo se ha avanzado, en estos últimos meses.  Ecuavisa,  uno de los canales con más audiencia en el país, ha incorporado un sistema de clasificación de sus programas que incluye: A (programas para todo público), B (menores con supervisión de adultos) y C (solo para público adulto). Lo interesante de la fórmula Ecuavisa es que se identifica muy claramente cada programa e incluso se lo vuelve a presentar al público después de cada tanda publicitaria.

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Teleamazonas sigue el mismo sistema de clasificación (A, B y C) y lo hace de una forma notablemente visible.  Telerama, el canal cuencano de vocación nacional, con programación más orientada hacia lo educativo y cultural, utiliza una señalización en su programación con los mismos parámetros, pero no tan vistosa ni tan visible como en los dos casos anteriores.

Cuatro de las estaciones de carácter nacional: Gamavisión, RTS, TC Televisión y Canal Uno no utilizan ningún sistema indicativo o clasificatorio de su programación. Los canales regionales, locales o de UHF, son un territorio de nadie. Esto ya plantea una pregunta: ¿puede un sistema de clasificación televisiva funcionar de forma parcial?

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No hay una respuesta definitiva. En principio, pensaríamos que no porque eso es lo que sucedió históricamente en la TV ecuatoriana: como había canales que no calificaban su contenido, todos decidieron irrespetar la ley.

Ahora, más bien tengo la sensación de que los canales que utilizan un sistema de clasificación lo hacen con más compromiso hacia sus públicos, especialmente con los niños y sus padres. ¿Por qué pensar algo así? Porque la utilización de los sistemas de clasificación no es una anécdota o una cuestión que aparece aisladamente, a veces sí, otras muchas no.

Pero, a estas alturas, muchos de ustedes se estarán preguntando: ¿por qué es tan importante un sistema de clasificación de los programas de televisión? ¿Acaso esa letrita que aparece antes de los programas en algunos canales marca alguna diferencia?

Obviamente, para tener una televisión de calidad hay que tener una programación de calidad, y eso no cambia con las letritas, pero... El asunto no es tanto de los canales sino de los televidentes: con mayor información acerca de los programas, el público puede tomar la decisión de ver un programa, verlo con precauciones o no verlo del todo.

Especialmente para los padres responsables, aquellos que les preocupa y controlan lo que sus hijos ven, la calificación se convierte  en una ayuda inestimable. Y es en ese sentido que los canales de televisión pasan a ser aliados y no enemigos de los padres.

Pero, ¿a qué responde la clasificación televisiva? ¿Qué criterios se utilizan para mandar un programa a la A, la B o la C? Para poner un ejemplo, un programa calificado en Teleamazonas como B “No apto para menores de edad salvo con la supervisión de un adulto” como  ‘CSI’ se inicia así: Un grupo de chicas baila eróticamente con unos acompañantes, una chica se desviste delante de un tipo, a otro chico lo golpean y maltratan. Finalmente, las chicas del baile sensual corren despavoridas después de una serie de disparos en la pista, la chica del baile sensual muere distribuyendo sangre por toda la habitación...

¿Para menores de edad con supervisión de un adulto? Además, qué garantiza que el adulto que acompaña al menor pueda explicar lo que está pasando en la pantalla. Afortunadamente estamos hablando de las 23:00, horario plenamente adulto, pero precisamente por eso, ¿por qué un programa a esas horas se califica B y no C, directamente? Exactamente lo mismo sucedió en Ecuavisa con la telenovela ‘Sin tetas no hay paraíso’ o ahora con ‘Madre Luna’, una teleserie en la que los personajes se pasan peleando entre ellos, gritándose y maltratándose. Y si no es así, están las escenas de sexo más o menos explícito...

Entonces, ¿quién califica? ¿Bajo qué criterios? Esa es una pregunta difícil.

En otros países, paneles de expertos o de padres de familia son quienes establecen los criterios de calificación; en nuestro país no deja de invadirnos la sensación de que todo se hace al ojímetro.

Porque quizás el mejor indicativo del desarrollo de la industria televisiva y de la capacidad regulatoria y/o autorregulatoria en un país es justamente el sistema para indicar las características de los programas.

Y ojo: no se trata de medir la calidad, lo cual siempre es tan subjetivo, sino de medir objetivamente si es apropiado para niños, menores de  edad o para qué tipo de adultos.

Ese  es el reto: hacer una TV que no ofenda y sea apropiada para un público masivo. ¿Cómo hacerlo? Sometiéndose a clasificación es una buena forma de empezar.

Uno de los últimos modelos de autorregulación televisiva se construyó en España. Este pretende dejar claro un conjunto de contenidos que pueden interferir en el desarrollo integral de niñas, niños y adolescentes. Esa interferencia puede ser positiva o negativa y en muchos casos ambas están presentes en un producto audiovisual. Esto lleva a la necesidad de  evitar el error de no recomendar el producto cuando los contenidos positivos o adecuados sobrepasan los negativos o inadecuados, o viceversa.

Además, lo que se pretende  es objetivar el proceso, sistematizar el método de análisis y, lo más importante, abrir la puerta del diálogo con la sociedad en relación con su oportunidad de escoger lo que ve en la TV a partir de un sistema estructurado de manera social y técnica.