Difusión. La editorial española Siruela se ha propuesto difundir la obra del escritor suizo. Entre sus libros consta  Escrito a lápiz. 

Hace cincuenta años, el escritor suizo Roberto Walser fue encontrado muerto sobre la nieve durante un paseo solitario, en la Navidad de 1956. Había salido esa tarde helada del sanatorio en el que había pasado todos sus últimos años.

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En la cartera que llevaba se encontró un conjunto de pequeños papeles en los que Walser iba registrando sus obras.

A propósito de este aniversario, han comenzado a abundar sus libros en los escaparates de las librerías. La española Siruela se ha propuesto difundir su obra, y entre ella, un libro que da testimonio del profundo extravío que sufriera Walser desde muy temprano.

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Se trata de Escrito a lápiz sus microgramas de fines de los años treinta y que fueron trabajosamente reconstruidos para su publicación luego de nueve años de estudiar su defectuosa caligrafía.

En menuda y caprichosa letra, Walser había redactado cuanto le fue ocurriendo y cuanto se imaginó  sobre las páginas de un calendario de 1926.

El texto y la suerte misma de Walser tienen antecedentes históricos: aquellas  obras que han nacido en la reclusión de los sanatorios y que han marcado la confluencia del genio y del delirio.

Por ejemplo, están los luminosos poemas que escribiera Friedrich Holderlin en su encierro de Tubinga, que los firmó bajo el nombre imaginario de Scardanelli y en los que los tiempos son trastocados con una libertad absoluta. Algunos de los poemas escritos a comienzos de 1800 aparecen por igual fechados en 1778 o en 1940.

Otro tanto va a ocurrir con Antonin Artaud y todo su teatro de la crueldad imaginado y escrito entre una y otra estancia en algún sanatorio.

En los linderos de la lucidez y la locura, Holderlin,  Artaud y  Walser reconstruyeron su intimidad humana con una fuerza y una autenticidad extraordinarias.

Y Escrito a lápiz, de Roberto Walser, es un vagabundeo a través de sí mismo, una travesía por sus estancias interiores que él denomina en este libro como el Departamento de Vida Cotidiana de mi Administración Mental. Y es que cotidianidad es, en esta obra de Walser, el argumento único, el escenario donde ocurren sus episodios en los linderos de la razón, allí donde los hechos insignificantes se confunden entre sí, articulan emociones y situaciones diversas en un liviano “transcurrir” de los días:

“Un espejo reflejaba la grandiosidad artística de la lucha, el placer de la batalla, las alegrías del combate, y si con buen gusto me abstengo de mencionar las particularidades de ese suceso que chasqueaba y salpicaba aquí y allá, lo hago en interés de mi conato de relato breve que bajo ninguna circunstancia debe tornarse prolijo, al que según se ve solo le falta el marco del paisaje, un defecto que algunos, en deferencia hacia mí, quizá crean oportuno considerar un mérito. Si acontece según deseo, mis colegas poseen los lectores críticos y yo solamente los bonachones, cuya amabilidad se trasluce en la sonrisa de su cara y cuya alma, llena de prejuicios a mi favor, no les permite desear o esperar. Hoy uno, al sospechar que le daba largas, me ha llamado imbécil, y pareció ofenderse porque yo no lo fuese. Tras sentirme ofendido durante un rato por mi falta de sentimientos de ofensa, he recobrado la calma. La sopa que he comido durante el reencuentro con el que creyó oportuno endosarme el calificativo mencionado estaba rica. De todos modos considero un mero texto en prosa este poemilla, que puede haber salido bien o mal al mismo tiempo.

El autor de las líneas en las que se basa lo que acabo de caracterizar comió con la sopa un trozo de pan exquisito y grato al paladar de la persona a la que yo aquí y ahora represento y que por fuerza ha de sentirse satisfecha con la envoltura que le brindo y que la recubre”.

Y así, en seguidilla, el escritor desdoblándose, jugando con la escritura, retornando a la cotidianidad de “una sopa”, trazando los perfiles de sí mismo frente a un espejo, en una intensa reconstrucción de la memoria... “un paseo lo más silencioso posible por las distintas estancias de la vivienda  que me cobija, y las habitaciones vacías dejan de estarlo, me refieren las historias que escribí...”.

Escrito a lápiz es un conjunto de textos a los que es inútil buscarles una concordancia o un hilo argumental, como no sea la fantasía de Walser y la reconstrucción de una memoria fragmentaria confundida con sus paseos por fuera del sanatorio, sus encuentros reales o imaginados, sus diálogos virtuales, el recuerdo de los libros grabados en el olvido –porque su memoria es, en los delirios, una estancia del olvido en el que se confunden de tal modo los tiempos que puede aparecer un Goethe admirando nada menos que a Lord Byron por más allá del tiempo temporal– valga la redundancia.

En español conocemos algunas de las obras de este escritor nacido en Suiza en 1878. Tal vez su libro más celebrado es Los hermanos Tanner. Se han publicado también El paseo, La rosa, Jacob von Gunten, El ayudante, La habitación del poeta, entre otros.

PERFIL: Roberto Walser

VIDA
El escritor nació en Biel el 15 de abril de 1878 y murió, caído sobre la nieve, el día de Navidad de 1956.

SUS INICIOS
A los 14 años abandonó los estudios y desempeñó diversos oficios como secretario, criado en un castillo de Silesia, empleado de banca y archivero.

SIN INTERÉS EN LA PROSPERIDAD
Walser despreciaba los ideales de prosperidad, aborrecía el éxito, no quería someterse a alguna rutina o atadura. Vivió siempre, de un lugar a otro, sin domicilio fijo, con problemas económicos.

TRASTORNOS
A partir de 1925 empezó a sufrir trastornos nerviosos y alucinaciones auditivas; se embriagó y tuvo periodos de enorme agresividad.

EL ÉXITO
Las obras literarias que le valieron el reconocimiento después de muerto fueron Jakob von Gunten y Los hermanos Tanner. Las escribió en las primeras décadas del siglo pasado y veinte años antes de su reclusión en el sanatorio.