A los 32 años Agustín se entregó a la vida de Dios abandonando la vida licenciosa. Se negó a ser bautizado, luego de mejorarse de la enfermedad que provocó el deseo de recibir dicho sacramento, por temor a pecar nuevamente. Procreó a Adeodato, en una relación extramatrimonial; y fue Mónica, la madre del santo, que a punta de lágrimas logró que Agustín no se perdiera y vaya directo a los altares. San Agustín, en sus confesiones, dice que quien “no ha tenido tribulaciones que soportar, es que no ha comenzado a ser cristiano de verdad”.
¿Se requiere ser víctima de tentaciones para encontrar el camino?
Lo llamaron Francesco (el pequeño francés) y no Juan –como fue bautizado– porque su padre, comerciante, visitaba a menudo Francia, pero nació en Asís. Al ser adulto compró en vano una excelente armadura y un caballo muy fino con el propósito de alistarse en el ejército, porque desde el cielo oyó una voz que le propuso enrolarse al servicio del Jefe Supremo de los cielos. Así fue. Vendió su caballo y entregó el dinero a la Iglesia, por ello, y con el temor que derroche su fortuna, su padre lo desheredó. Desde allí Francisco empezó a ser libre en la pobreza. Un día revolc ó su cuerpo entre las espinas, pues se gún el Santo, trataba duramente el cuerpo porque su cuerpo trataba duramente a su alma. Se refería a las tentaciones. Los santos, entonces, fueron tentados.
Teresa de Ávila no dejaba de disfrutar las charlas y la recepción de regalos, aun a pesar de su curiosidad teológica.
Hasta que un día –dicen–, frente a un Cristo ensangrentado, Teresa preguntó: “¿Quién te ha puesto allí, Señor? Una voz respondió: “Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa”. Desde ahí, su vida cambió, se entregó completamente a la oración y penitencia, incluso vio a un ángel, y transcribiendo sus propias palabras: “Llevaba una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida… por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada… las entrañas se me escapaban con ella y sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir; pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella”.
En Nobol está Narcisa que muy pronto será santa, fue costurera y también lastimó su cuerpo con la fuerza de su espíritu de penitencia, dicen que enamorada de Cristo crucificado deseó reproducir en sí misma los tormentos de la Pasión para poder ser imagen perfecta de Dios.
Al parecer, en el camino a la santidad están las tentaciones y el dolor físico para evitarlas. Siendo así, ¿cuál habrá sido la común tentación que padecieron todos los santos?
Los sabios aseguran que la duda. Pues dicen que para ser santo lo primero no es amar a Dios sobre todas las cosas, sino que es imprescindible sentirse amado por Dios por sobre todas las cosas. Cosa de santos, ¿no?