Ha llegado nuevamente esa ocasión especial de enfrentarnos a la propia conciencia que es el examen de fin de año. Si somos capaces de calificarnos con las notas que en verdad nos merecemos, y tenemos la entereza de asumir esa verdad con honradez, entonces estamos en camino de reemprender el nuevo año con fundadas esperanzas.

Por el contrario, si hacemos trampa en el examen, no solo engañamos quizá con viveza a los demás,  sino que ciertamente nos engañamos tontamente a nosotros mismos. Así vamos pasando de uno a otro año, pero manteniéndonos en el fangoso camino donde  nos hundimos cada vez más con la carga acumulada de nuestros errores.

No basta, sin embargo, con no hacer trampa. Hay que hacer positiva y optimistamente lo que corresponde. Esto es parte muy importante de ese asumir la verdad con honradez anotado en el primer párrafo. Algo  que consiste en tomar de inmediato, una tras otra, las medidas prácticas que demanda la verdad del examen final. Tomarlas individual y personalmente, único modo de que las vayamos tomando algunos, cada vez más, ojalá muchos, sin esperar a nadie para comenzar cada cual.

Obviamente, tampoco es el examen para limitarnos a la queja amarga por la mala situación, la injusticia, las penosas circunstancias que sean. Peor aún echándole siempre la culpa a los demás, los del entorno, los del país, los del extranjero. Todas esas cosas pueden ser parte de la verdad, pero no toda ella.

Si no lo hubiera asumido así por ejemplo “el honrado Abe”, como más adelante llamaron a Lincoln sus conciudadanos, no hubiera empezado por caminar muchos kilómetros cada día, también en la nieve invernal, cuando era apenas un niño paupérrimo de pocos años, en su afán de aprender a leer en una destartalada escuela campesina. Ni hubiera sido luego un buen padre de familia y un exitoso e incorruptible abogado. Ni hubiera terminado siendo, a costa de su propia vida, un salvador político de la unión de su patria, geográficamente dividida en una guerra fratricida, y de la sociedad norteamericana racialmente escindida.

Pero ni Lincoln lo hizo todo solo, ni necesitamos ser todos Lincoln para asumir debidamente los resultados del examen de fin de año. Todos y cada uno podemos y debemos comenzar de inmediato, aquí y ahora, a realizar esforzada y perseverantemente lo que nos corresponde, sin perder de vista determinados objetivos de largo alcance. Si uno de esos grandes objetivos fuera refundar la República –lo digo como un mero supuesto y solo porque está de moda repetirlo–,  entonces comencemos por refundarnos debidamente cada cual, atendiendo a lo que somos más que a lo que tenemos.

Siempre somos, no lo olvidemos, lo que vamos haciendo de nosotros mismos, conscientes de donde venimos y adonde vamos. Siempre recordando que no estamos solos sino de muchas maneras relacionados con  los demás. Y siempre, entre otras cosas, pensando que hemos tenido, tenemos y seguiremos teniendo los gobiernos que nos merecemos, sobre todo si los hemos elegido. Para esto vale hacer un buen examen final cada año. Mucho más que la quema del tradicional monigote,  meramente simbólico y folclórico, divertido pero no mágico.