Es común escuchar por doquier que las personas permanentemente buscan riquezas,  sean espirituales o materiales. Para encontrar cualquiera de las dos, la base fundamental es uno mismo. Los seres humanos desde los tiempos de las cavernas somos una suma de hábitos y costumbres. El hábito es la acción individual repetitiva de cumplir con una necesidad psíquica o física, que satisface mi bienestar  exclusivamente. La costumbre se relaciona con un modelo en un periodo determinado y está dado por los valores y normas que la sociedad crea y desarrolla de manera empírica o científica. La costumbre  nos involucra a  todos los que vivimos en el planeta, es social, mientras que el hábito es esencialmente individual.

Por qué señalo y profundizo estos dos aspectos; sencillamente porque aquí está buena parte de lo que nos diferencia de ser pobres o ricos.

¿Por dónde empezar?, precisamente con el cambio de nuestros hábitos. Basándome en el sentido común y releyendo biografías y casos de personas que han sobresalido y sobresalen respecto a sus congéneres en las diversas actividades, encuentro que en el momento que el ser es consciente de sus limitaciones –por haber seguido  varios años una misma línea de conducta psicosocial dada por su entorno– empieza realmente el cambio que nos pasará de pobres a ricos.

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No hay recetas predeterminadas para variar de una posición mental o material. Podemos acuñar para nuestro beneficio los caminos que a nuestro exclusivo juicio son los más idóneos para lograr un cambio.

Es repetitivo hasta el cansancio que la salud es lo primero, pero poca atención damos a nuestra alimentación. Nos quejamos siempre de lo mismo, pero no hacemos  nada por aprender a alimentarnos de manera económica y con balance nutritivo. Sabemos que las grasas son dañinas  y no intentamos reemplazarlas por legumbres y frutas. Nuestros malos hábitos alimenticios nos enferman y finalmente matan, pero consciente o inconscientemente no hacemos el menor esfuerzo por cambiar. Si  realmente quiere ser rico, empiece a controlar lo que come y dónde come.

Conozco a personas que no han llegado al segundo grado de educación y son económicamente ricas, son casos realmente excepcionales. La educación formal o informal nos da conocimiento y precisamente este saber un poco más que el resto de nuestros semejantes, constituye la diferencia entre poseer o no. Si quiero ser rico en músculos tendré que hacer una rutina diaria de equis horas en el gimnasio; si quiero ser rico en educación buscaré todos los años actualizarme con  cursos, seminarios, maestrías, diplomados, etcétera; si quiero ser rico en espiritualidad contactaré a gente que  siga una determinada escuela filosófica, una religión; si mi deseo es convertirme en rico económicamente debo aprender cómo usar el dinero, aprender contabilidad, matemáticas financieras, conocer el manejo de inversiones, qué es un activo y un pasivo.

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Cambie a partir de hoy sus hábitos y costumbres  que le impiden ser un hombre o mujer más productivo y proyecte su mente a cumplir nuevas metas, que harán de usted y su entorno familiar y social un verdadero rico.

Soc. Roberto Vélez M.
Manta