Se ha comprobado que cuando se unen dos gametos y se forma un embrión ya existe  un ser en gestación, con características propias y un código genético. Sin embargo,  todavía no es alguien. Solo después de haber sido separado completamente de la madre, el recién nacido tiene existencia legal. A medida que crece en el claustro materno va tomando forma y, al cabo de algunas semanas, si se introduce una cureta fenestrada para cortar su vida, en embarazos no deseados, el feto se repliega y huye del instrumento para salvarse. Nadie escucha su grito. Son los gritos del silencio. Las hábiles manos del cirujano o las torpes de un aprendiz, en lucha desigual, terminan matándolo. Muchas mujeres quedan traumadas, infértiles o muertas.

No obstante, estar penalizado el aborto en el Ecuador, conforme al art. 447 del Código Penal, no es punible cuando, siendo practicado por un médico y con el consentimiento de la mujer, o del marido o familiares íntimos, se lo hace para evitar un peligro en la salud de la madre o si el embarazo proviene de una violación o estupro en una idiota o demente. Así, el legislador, sabiamente, protege la vida de la madre, una persona de cuya existencia se conoce y que representa un conjunto de valores inestimables para todos y, en la otra situación, preserva el estado físico y mental de la gestante.

Es decir que  existe la posibilidad de terminar un embarazo provocando un aborto, sin que este acto sea sancionado. Lo que se pretende con el proyecto de ley presentado en el Congreso es extender esta figura a todos los casos de violación y de incesto.

Los hijos tienen que ser el fruto del sentimiento y voluntad de una pareja que se ama, no de la violencia, ni proveniente de un ser desconocido o rechazado, cuyos genes podrían transmitir la misma desviación sexual a quienes nacerían como producto de su instinto animal, salvaje, irracional e incontrolado. La víctima, esto es, la violada, a más de la afrenta y los daños físicos y psicológicos sufridos –muchos irreversibles– no puede ser obligada a padecer  la infamia de llevar en su vientre a alguien que no desea, menos a amamantarlo y criarlo. Esto es más aberrante, cruel, inhumano y absurdo que cortar la vida de un embrión.

En nuestro pueblo pauperizado y promiscuo hay mucho incesto. No debemos permitir que se continúe con esta aberración, menos exigir a la violada que tenga un hijo de su padre. ¿Por qué no pensamos en la verdadera víctima? ¿Con qué derecho le impedimos que tome su decisión y nos anteponemos a sus sentimientos coaccionándola para que, contra natura, tenga un hijo de un monstruo? ¿Solo porque no somos nosotras, nuestras hijas, hermanas o madres? La adopción tampoco resuelve el problema porque, ¿cómo llevar nueve meses un embarazo repudiado? ¿Y el futuro de la criatura?

Se dice que es muy raro que una mujer quede embarazada después de una violación. No es cierto. Según el Cepam, solo en Quito se han dado recientemente catorce casos en adolescentes. De acuerdo con la Dinapen, hay 253 violaciones a niñas en el 2005. ¿No es suficiente? ¿Quieren más? Pues, sí hay más. Lo que ocurre es que no se denuncia por miedo, vergüenza, falta de recursos o porque no se cree en la administración de justicia…

Defendamos el derecho a la vida, pero no a ese costo, ensañándonos con la desgracia porque es ajena. Lo que debemos hacer es reglamentar de tal modo que no se quebrante la ley o se abuse de ella.