Poco después de las últimas dictaduras en el continente, en cualquier país era un tabú criticar a las Fuerzas Armadas.
Quizá, como en todos los países de Latinoamérica, para protegerse luego de haber dejado el poder, el cual tomaron por la fuerza al inicio del boom petrolero y dejaron al finalizar el mismo y comenzar la crisis de la deuda externa latinoamericana. En este lapso  se convirtieron en los portaestandartes del honor nacional y en los propietarios del monopolio del amor patrio. Por supuesto que el boom petrolero y la teoría cepalina no solamente hicieron crecer a la institución, sino que también causaron la formación de todas las empresas satélites que se crearon para, inicialmente, atender áreas estratégicas. Luego, el entusiasmo empresarial los condujo a administrar hierro, banano, ganado y otras empresas que difícilmente podrían catalogarse como estratégicas.

Este ha sido el patrón en un sinnúmero de países americanos. Mas, en algunos, la institución  armada se ha visto envuelta en denuncias y hechos reprochables. Ecuador no es la excepción. Después del golpe de Estado de Sociedad Patriótica –nombre que corrobora lo que arriba afirmaba sobre el monopolio del amor a la patria–, el desprestigio de la institución ha sido notorio, producto de este hecho y de varios escándalos aparecidos en la prensa.

Debido al último, realmente vergonzoso, relacionado al notario Cabrera, su nueva cúpula nos ha ofrecido una reestructuración.

Un amigo extranjero siempre bromeaba diciendo que en Ecuador los políticos procuran que todo cambie siempre para que así las cosas permanezcan igual. Siendo esta la mejor forma -creando una especie de cortina de humo, dando la percepción de un cambio- de mantener el statu quo.

Las palabras de cambio son recibidas con cierto recelo, aunque con mucha esperanza. Sin duda que las Fuerzas Armadas son una institución con mucha influencia en la vida de la nación, por lo que su reorganización es de suma importancia.

¿Qué cosas deberíamos ver, para creer que hay un cambio verdadero?

Lo primero sería ver una institución enfocada en las áreas de su competencia. Por lo que si esto ocurriera, necesariamente observaríamos la venta o desinversión de la institución en todas sus empresas, comenzando por las que nada tienen que ver con la seguridad nacional, que son la gran mayoría.

Luego, deberíamos también esperar una menor intromisión en la vida cotidiana del ciudadano. Mientras más exposición tiene una institución al día a día, mayor peligro de contaminarse. ¿Cuántas veces en un año ve a un militar, un ciudadano francés o italiano en cuentas, transacciones o procesos? Muy pocas. La institución misma tendría que pelear por abolir el servicio militar obligatorio. Si buscaran un cambio profundo, también serían los primeros en solicitar que se elimine el permiso militar de salida del país. ¡Como si viviéramos un estado de ocupación o de sitio!

Por último, los privilegios serían eliminados. Fondos de pensiones privados, bienes importados a precios de bahía, entre otros.

Veremos pues, en qué vía van los tan anunciados cambios, reestructuración y reorientación de la institución. Ojalá, por el bien de todos, que vayan por el camino señalado.