Sin proponérselo, estas mujeres dieron a luz horas previas a esta celebración cristiana.
En la cama 41 de la sala Santa Rita recibió su mejor regalo de Navidad, aunque adelantado. Exactamente a las 00h01. Ángela Ríos, de 17 años, cambió la comodidad de su vivienda, asentada en el Guasmo Sur, por la agitación de la maternidad Enrique C. Sotomayor, la más grande de Guayaquil y del país.
Allí, en medio de treinta mujeres más, recibió a la pequeña Paula, su primera hija. La menor –de 3.250 gramos de peso– solo frenó su llanto cuando, a las 02h30, la llevaron a los brazos de su madre.
Ángela cuenta que, antes de dar a luz, mordió sus brazos por horas. Y se nota. Tres moretones lo confirman. “Era la única forma de calmarme, pero ya estoy más tranquila”, relata mientras espera la visita de su esposo, Will Álvarez.
La llegada de Paula alteró los planes de su familia. La cena y los regalos hoy quedan de lado. Mientras otros celebran en casa, Ángela permanecerá en recuperación en el hospital. “No importa, con mi niña será suficiente”, asegura.
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En la sala de Alto Riesgo, a la misma hora, Johanna Chumbay se esmeraba en cumplir lo que –desde ayer– se convirtió en una especie de ritual familiar. Su madre, Noris Estrella, recuerda que también un 24 de diciembre –hace 17 años– tuvo a uno de sus seis hijos en aquella maternidad.
Luego de soportar contracciones por más de una semana y esperar atención desde las 21h00, Johanna dio a luz a una niña. “Nos tocará celebrar los cumpleaños en grupo”, rió luego de agradecer que “por suerte” la pequeña no nació en el taxi en el que se movilizaron desde la cooperativa Carlos Magno Paredes, en el kilómetro 8½ de la vía a Daule.
La historia de Teresa Castillo es similar. Los dolores de parto la sorprendieron a las 16h00. Los nervios la hicieron trasladarse hacia la maternidad en lo que pudo. Su opción más cercana: un viejo bus de la línea 2 que, justo a esa hora, pasó por su vivienda, ubicada en Bastión Popular.
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Y lo logró. Su hija de 3 mil gramos, da fe de aquello. La bautizará Natividad, en alusión a su fecha de nacimiento. “Estaba previsto que llegara el 25 y, según las primeras ecografías, debía ser varón. En ese caso, se iba a llamar Jesús”. Este es su tercer parto, pero –dice– el más especial. “Será la última de mis tres hijas”, afirma, tras contar que decidió ligarse porque la situación económica no da para más.
Y mientras Teresa no encontraba palabras “para agradecer a Dios por la salud de su pequeña”, la niña era trasladada hasta la sala Niño Jesús, donde permanecerá hasta mañana. “Todo me hace pensar que nada ha sido coincidencia. Es una bendición, definitivamente el mejor regalo”, expresó Teresa desde la cama 130 de la sala Santa Luisa que ayer compartió con otras 50 mujeres.
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Estas historias ocurren todos los días. Pero siempre será especial traer nuevas vidas en la víspera de la Navidad.