Su Maltrecha Majestad:

Apenas me enseñaron a mandar emails, me propuse escribirle. Pero por muy diversas causas, casi todas enlazadas con mi espléndido desorden, hasta el momento presente no he podido dirigirme a usted.

Hoy lo hago porque en esta patria mía, más o menos jaleados por los mercaderes de la controversia, algunos diputados quieren dar legalidad a los infanticidios.

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Y como Su Maltrecha Majestad –sobre todo por llevar ya tanto tiempo atormentado– sabe mucho sobre el tema, me permito dirigirme a usted para rogarle, con el debido respeto, que me ayude desde el Purgatorio.

No se sabe bien en qué consiste este proyecto de los diputados. Pero ya se empieza a presentar como una manifestación de compasión para las pobres madres “a la fuerza”.

Argumentan que matar al inocente en estos casos, considerando el sufrimiento de estas madres, no debiera preocupar a nadie. Pero a mí sí me preocupa, Majestad.

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Porque conozco con certeza que no hay, en este mundo nuestro, ninguna relación que pueda compararse a la que existe entre la madre y el hijo. Y por lo tanto sé perfectamente lo que una madre sufre cuando pierde –sea pronto o sea tarde, sea con culpa o sin culpa, sea por violencia o por azar– al hijo de sus entrañas.

Mas, ¿por qué le endoso el cuento si Su Majestad –condenada al purgatorio casi eternamente– lo sabe mejor que nadie? ¡Ah, sí! Lo cuento para subrayar que este dolor inmenso, comparado con el que padece la mamá que asesinó a su hijito, es nada y menos que nada.

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Es un dolor tan hondo y tan extenso –lo digo y lo subrayo– que tiene parentesco con la eternidad. Pues aunque pueda ser lavado con la Sangre Redentora de Jesús, la memoria del niñito asesinado no se borra del todo jamás.

Se acepta humildemente lo que es –un pecado espantoso– y se transforma en un motivo más de amor a Dios. Pero borrarse del todo... jamás.

Parece que estos pocos diputados pretenden revivir lo que Su Majestad pensó cuando ordenó el degüello de los niños de Belén: que asesinar a un inocente, cuando se trata de seguir en el poder, debe ser considerado bueno.

Su Majestad mató para quitar de en medio a quien consideraba un peligroso candidato. Y los señores diputados pro abortistas, querría no poder pensarlo, quizás pretenden obtener el voto de las masas engañadas con el cuento del aborto por misericordia.

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Además están las seudofeministas, Majestad. Porque detrás de todo infanticidio –o mejor, detrás de los billetes que reparten los controladores de los nacimientos– están estas antimujeres que no piensan más que en sexo.

Ya le dejo, Su Maltrecha Majestad. No deje de pedir desde su casi eterno purgatorio, por estos diputados y estas antifeministas. Ruegue a Dios que, por favor, no acaben ni maltrechos ni maltrechas.