Mientras en los centros urbanos como Puyo, donde se concentra casi el 50% de la población de Pastaza, los niños gozan de la Navidad en medio del tumulto, a cientos de kilómetros, en el interior selvático, otros la desconocen.

Festival de villancicos, pases del Niño con atuendos de la época, confeccionados por sus padres o alquilados, se presentan en la ciudad donde los niños gozan y aprecian la Navidad, pues reciben regalos de sus padres y de las instituciones como el Municipio y el Consejo Provincial.

Pero la realidad es diferente  para los niños del interior selvático, habitado por familias indígenas, que viven entre los ríos y selva.

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Andrea Kuash, una niña shuar de la comunidad de Kumbaime, a 100 kilómetros, al Este de Puyo, es un ejemplo de esta realidad. A sus 11 años tuvo que aprender a cocinar, a lavar, para poder atender a sus dos hermanos Juan, de 6 años y Josefina, de 4 años.

Ella se encarga de los menores, mientras su madre tiene que ir a la chacra (sembríos).

Esta niña, como muchas indígenas, no acude a la escuela por ayudar a sus padres o cuidar de sus hermanos, pero sobre todo porque no tienen ni para comprar un lápiz, y esperan, como muchos niños, ansiosos los regalos en Navidad que casi nunca llegan.

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Los niños indígenas son marginados de esta época, pues por su situación geográfica la Navidad para ellos se transforma en una quimera.

El pasado miércoles fue el día más feliz para Andrea Kuash, sus ojitos se iluminaron, no podía creer, Papá Noel trajo un cartoncito lleno de ropa usada, donada por una familia de extranjeros que prefirieron omitir sus nombres.

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“Yo doy gracias a esta familia por traerme esto, estoy feliz, esta ropita me hacía mucha falta, mi madre es pobre y no tiene con qué comprarnos ropa, pero también quisiera dulces para mis hermanitos”, dijo con sus palabras entrecortadas por la emoción.

No conocen la Navidad
Muchas comunidades indígenas ni siquiera conocen la celebración de la Navidad y para ellos esta fecha pasa desapercibida, como en la comunidad de Chichirota, de la zona achuar de Pastaza, adonde se llega por pica o río, viajando dos horas en canoa a motor, por el río Bobonaza, desde la parroquia Montalvo, a media hora de vuelo desde Shell.

Allí los niños simplemente se bañan, como todos los días, en el colorado río Bobonaza,  manifestó Andrés Cashigua, habitante de esa comunidad.

Unas 100 comunidades indígenas o caseríos se ubican en el interior selvático de la zona fronteriza de Pastaza, las que se encuentran distantes unas de otras, en medio de la abrupta selva y los impetuosos ríos; allí alrededor de 2 mil niños nativos no tienen regalos ni caramelos y los únicos dulces para ellos son el masato (chicha de yuca) y las frutas de los árboles de sus viviendas.

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