Ayer al mediodía, cuando sentí al infierno en el bulevar Nueve de Octubre, me imaginé esta crónica. En las calles, el sol era atroz y tuve que guarecerme en un portal a borronearla.

Como siempre, la vida de Guayaquil está en sus calles. Para conocerla y escribir sobre ella hay que recorrerla a pie. Pero en estos días, el sol es infernal. Claro que sus portales brindan sombra cuando el sol calcina y protección cuando caen los aguaceros diluviales. ¿Qué sería de Guayaquil sin sus portales?

De arcada en arcada
Cuando el francés Jean Mallet nos visitó en 1816, anotó sus impresiones: “En general las casas son de hermosa construcción; la madera de que están fabricadas es muy dura y de gran solidez; son de dos y tres pisos y las calles son anchas, alineadas y pavimentadas; todas tienen portales bien mantenidos, bajo los cuales se puede dar vuelta a la ciudad sin mojarse ni ensuciar el calzado”.

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Más tarde, Alexander Holisnki estuvo en nuestro puerto y comparaba sus portales con estructuras de lejanas ciudades: “Se camina así, de arcada en arcada, como en Bolonia o en Turín, al abrigo del sol a la vez tan espléndido y terrible, del bello cielo de los trópicos”.

El 20 de marzo de 1896, el diario La Nación publica la ordenanza que describe con pelos y señas exactas: “Los portales tendrán tres metros de ancho, contados de la línea de fábrica a la pared (...). El alto será invariablemente de cuatro metros, contados de la superficie del piso al tumbado del portal”.

A mi parecer, la más oportuna observación es la que realiza Blair Niles en Correrías casuales por Ecuador, en 1921: “Se podría bien llamar a Guayaquil, la ciudad de las arquerías o portales que sirven para resguardar a los transeúntes de los rigores del sol y de las aguas (...) Después del almuerzo tan excelente, regresábamos a las posadas en momentos en que el calor llegaba a su máximo; pero era muy sencillo el remedio, con solo caminar por el interior de los portales”.

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Siempre que leo estas impresiones me pregunto cómo habrá sido casi darle la vuelta a Guayaquil solamente caminando bajo sus portales olorosos a cacao y madera fina.

Para qué sirven los portales
Qué tanto se parece el Guayaquil actual al antiguo, es otra de mis interrogantes. Pregunta que medio me la respondió un antiguo hallazgo.

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En un viejo  ejemplar de la revista Patria (1907) el caricaturista Nogué exponía jocosamente para qué servían nuestros portales en Guayaquil: 1) Para comedor de improvisados restaurantes y vendedores ambulantes de alimentos preparados; 2) Para refrescarse cuando el sol y el calor apremian, los peatones caminan por esa sombra amable; 3) Para bodega cuando los trastos caseros o de negocios no caben dentro; 4) Para taller cuando no hay espacio suficiente adentro para laborar. Eso ocurre especialmente con mecánicos y carpinteros; 5) Para hacer deporte ante la falta de canchas, los niños juegan pelota aunque los vecinos en señal de protesta lancen agua a la improvisada cancha; 6) Para esconderse de los acreedores, los sombríos pilares de los portales son ideales y en caso más urgentes, están los zaguanes; 7) Para escabullirse de la suegra y otros familiares violentos; 8) Para administrarle una paliza a los enemigos en la noche, si es durante la oscura noche mejor; 9) Para no mojarse cuando la lluvia arrecia no tiene rival: 10) Para disfrutar del aire libre, cuando el bochorno no da tregua, las familias acomodan sillas y se da la tertulia entre vecinos al viento fresco; 11) Para dormitorio de vagos y mendigos; 12) Para resbalar y romperse el esternón o el cóccix.

Después de 98 años, el uso y el abuso que le damos a los portales no ha variado casi en nada.

En 25 Estampas de Guayaquil (1936) F. Ferrandiz Alborz (Feafa) presenta a una serie de personajes y hechos que viven bajo los portales. El español cree que si una noche, un extranjero escucha un sereno que brota de los portales jamás podrá marcharse de Guayaquil.

Pienso en los lagarteros con sus guitarras que permanecen en esos portales nocturnos y bohemios de la calle Lorenzo de Garaycoa, en espera de clientes enamorados que precisan de una serenata.

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Los portales también han dado cabida a personajes marginales: prostitutas, travestís, asaltantes, niños inhalando cemento plástico, etcétera.

Pero la estructura del centro de Guayaquil no solo corresponde a las casas de madera o mixtas, porque a partir de 1910 se construyeron palacetes y fastuosas residencias de cemento al puro estilo del “art nouveau” con bellísimas columnas estriadas, decorados florales, líneas curvas y exóticos detalles.

Bajo esos portales que caminamos, paseamos y transcurrimos. Acogiéndonos a la sombra. Sentándonos en los bares y cafetines que tienden sus mesas en esas arcadas. Bebemos un café o nos sumergimos en la espuma de la cerveza.

Por esos portales deambula, vive, sobrevive y agoniza Guayaquil: el vendedor de periódicos que vocea más malas que buenas noticias. El lotero a gritos promete fortuna. El manicero con su charol al hombro. El mendigo que expone sus heridas a cambio de unas monedas. Los vendedores informales que todo lo ofrecen a cambio de un dólar.

Bajos esos umbrales se dan amistosos encuentros, largas conversaciones, chismes y chistes. Se llevan a cabo pequeños negocios, transacciones legales e ilegales.

Bajo esos portales vive Guayaquil, a fuego y agua.