Ese gran poeta que fue Jesucristo, jamás pudo imaginarse que su filosofía del amor iba a convertirse en una formidable campaña de mercadotecnia. Que su filosofía de menosprecio de las riquezas sería utilizada como un elemento invencible de inducción a la compra.
Pero eso es así: en lugar de celebrarse el nacimiento suyo, los grandes almacenes celebran en primer lugar los mejores negocios. En vez de recordar al que no tuvo ni siquiera una piedra donde recostar su cabeza, todos los medios de comunicación realizan la venta del millón.

Merced a ella se establece una especie de ranking de la cosificación. Alienados por la obligación moral de regalar, cada quien actúa como si deseara detentar nuevos récords de endeudamiento, con los comerciantes que ofrecen los mejores “combos”.

Si fuera obligatorio identificar con un rótulo al habitante de una casa, antiguamente el cartel habría dicho: “Aquí vive un pobre en sucres”; mas, hoy diría: “Vive aquí un miserable en dólares”.

De otra cosa que puede alardear Juan muchedumbre es de que nos modernizamos velozmente.  Hemos incorporado a la ciencia del hampa ingeniosos sistemas de robar como el secuestro express, que nos pone a la altura de las capitales del delito.

No sé por qué razón este botellero se ha contagiado de la melancolía que sugiere una sociedad cristiana sin Cristo. Una república donde mandan los más connotados zurcidores del Derecho.

Hagan lo que hagan los vivarachos y los alienadores de las mentes populares, este botellero se siente feliz de tener esta columna para decir a todos: Paz en la Tierra para los hombres de buena  voluntad.

Pese a renegar de la condición mercantilista a la que se ha llevado a “Juan Todos, habitante/ de la Tierra, más bien su prisionero”, quiero expresar la convicción de que se recuperará el terreno perdido en el campo espiritual y tendremos todos una Feliz Navidad.

Es buena la ocasión para reproducir uno de los romances más bellos escrito en la lengua española y que constituye un canto a la ingenuidad y a la infancia: “Y yo me iré  muy lejos/ más allá de esas sierras/ pasando las montañas/ los ríos  y laderas/ para pedirle a Cristo/ Jesús que me devuelva/ mi alma antigua de niño/ colmado de leyendas/ con el gorro de plumas/ y el sable de madera”.