La preocupante ausencia de lluvias que golpea en estos días  la campiña litoralense  ha puesto en el recuerdo de muchos viejos campesinos  e incluso  de vecinos de ciudades ecuatorianas los milagros del Señor de las Aguas, los “dones” de San Biritute y los aciertos de los pronósticos de nuestro científico Eloy Ortega Soto.

También les ha despertado evocaciones sobre los prodigios celestiales de San Isidro Labrador, San Buenaventura, San Francisco y de incontables creencias como la exactitud de los animales ‘astrónomos’, la ceniza ‘mágica’ y otros hechos atávicos y supersticiones relacionadas con las lluvias escasas o abundantes.

Al rememorar estos pasajes  de la religiosidad popular y del mundo mágico-mítico que nos identifica ante otros pueblos del planeta, quizás muchos de ellos desearían revivir esos actos  tradicionales, que además de pedirle  a Dios y a San Pedro  la pronta llegada de las bienhechoras aguas para iniciar sembríos y salvar pastizales y animales, acudían igualmente a San Biritute, al Señor de las Aguas, a San Bartolomé, etcétera.

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Poderosos
San Biritute es un monolito de piedra de conglomerados marinos de 2,45 m de altura; representa la figura de un hombre con su brazo izquierdo en posición de ángulo obtuso que señala su miembro viril. El monolito quizás representó a uno de los dioses que tuvo la cultura manteño-huancavilca.

Desde el cerro Las Negras fue llevado a la comuna Sacachún, donde prácticamente lo bautizaron con el característico nombre de San Biritute y se lo reconoció como dios de las lluvias y la fertilidad, al que iban en pos de ayuda los moradores  de la península de Santa Elena.

Considerado protector de la agricultura en el poblado de Sacachún, San Biritute formaba parte de las festividades religiosas, pues no solo tenía el ‘don de hacer llover’, sino que curaba a los enfermos y hacía regresar las menstruaciones suspendidas, según los testimonios de antiguos comuneros peninsulares. El monolito  fue traído hace años a Guayaquil.

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Se cuenta de ocasiones en que el ‘santo cholo’ permanecía sordo a las súplicas y sus devotos para que hiciera llover recurrían al azote de la figura mediante un sacerdote-verdugo, que con el látigo de cuero le propinaba la ‘cueriza’ respectiva.
Una vez el verdugo se excedió  con los latigazos, que llovió torrencialmente y el ejecutor del castigo al monolito cayó enfermo de muerte. Se dijo entonces que San Biritute estaba muy enojado.

El Señor de las Aguas es una imagen de Cristo que se venera en la antiquísima iglesia de Santa Catalina de Colonche, parroquia del cantón Santa Elena. Esta advocación de Jesucristo goza de la gratitud del habitante del mundo cholo y de sectores montubios de Manabí y Guayas, por ejemplo, adonde solía viajar ‘prestado’ o ‘alquilado’ para que hiciera llover en épocas de sequía como ahora.

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Los pueblos y grandes haciendas que recibían la visita del Señor de las Aguas  organizaban ruidosos  festejos con bandas de músicos, velatorios, novenas y misas, muy seguros de que obtendrían de inmediato las tan añoradas lluvias, que se convertían en verdaderos diluvios, según  la memoria de los seguidores de tales prácticas.

Los salasacas de la provincia de Tungurahua tienen como santo patrono a San Bartolomé, responsable del exceso de lluvias y de las sequías. Cuando llovía demasiado se acostumbraba a sacar la imagen del santo a las calles para que se mojara y advirtiera que tanta humedad es perjudicial; en cambio, si había demasiado sol y carencia de lluvia, lo enterraban hasta el cuello para que sintiera en cuerpo propio cómo es de perjudicial la sequía, pues daña las plantas y quita la comida diaria a personas y animales.

Otras creencias
En pueblos serranos y costeños, quienes viven en el agro tienen la costumbre de aventar ceniza  para atraer la lluvia cuando esta demora demasiado en caer en sementeras y sembríos. Otros hacen lo mismo, pero para lograr un efecto contrario: apaciguar lluvias y tempestades.

En cuanto a los animales ‘astrónomos’, hay la creencia de que lloverá  si el asno o el cerdo se refriegan (rascan) en cualquier poste u objeto de resistencia. Lo mismo ocurre si el burro busca esconderse  bajo la casa campesina o algún otro lugar donde no le caiga el aguacero.

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Meteorólogo popular
Eloy Ortega Soto fue  un guayaquileño que destacó en los estudios de astronomía y meteorología. Sus explicaciones científicas en torno a sequías, exceso de lluvias, temblores, eclipses y otros fenómenos celestes tenían aceptación y el pueblo las repetía. Alcanzó  incontables aciertos en sus predicciones y su Almanaque Ortega logró  tanta fama como el Bristol.  De igual manera, algunos añoran cuando él aplicaba su fórmula para la siembra y bombardeo de nubes, que traían las ansiadas lluvias para la alegría de hacendados,  agricultores y, por supuesto, para    la comunidad,  porque  así había buena producción de alimentos y sus precios  bajaban en los mercados. (GAV)