Siempre se llamó a Chile el país de la estrella solitaria en referencia a la que destaca en su bandera y en su escudo. Pero ahora Chile realmente es –ha llegado a ser,  tras duro aprendizaje– una estrella solitaria, la más brillante, en el firmamento político, económico y social de Sudamérica, con proyecciones de carácter continental y mundial. ¿Por qué?

No me gusta simplificar demasiado en cuestiones complejas. Ni dejar de advertir que no todo está bien en Chile, donde aún queda mucho no solo por hacer y mejorar sino también por deshacer y rectificar, en una tarea que nunca se acaba. Pero conviene que los ecuatorianos tengamos muy en cuenta las disyuntivas y la trayectoria por las que ha tenido que optar y avanzar Chile hasta llegar adonde está.

Igual que nosotros y que muchos pueblos, Chile algún momento se vio abocado a  optar básicamente entre dos caminos. Uno, el del desencuentro y la confrontación, que fácilmente  desemboca en la arbitrariedad y a veces hasta en la tiranía. Y otro, el de la concertación y la alianza, que conduce  a vivir en un estado de derecho proclive a la justicia, en pos del progreso y el bien común. Todo esto último no lo han alcanzado a cabalidad los chilenos, obviamente,  pero van en buen camino. En tanto que los ecuatorianos –debemos reconocerlo por ser un hecho objetivo– estamos en permanente y cada vez más peligroso estado de confrontación, muy similar a lo que ocurre, por ejemplo, en Bolivia, que va de mal en peor.

Chile pasó por un desencuentro extremo que condujo a una terrible dictadura. Menos mal que algunos ilustrados colaboradores de ella, ante el desbarajuste económico que continuaba, lograron que el dictador rectificara en ese campo hacia una política coherente de apertura. Pasar de allí a la apertura política fue cuestión de tiempo. Y de saber manejar la situación, preservando lo bueno y corrigiendo lo malo, que es lo que hicieron y han seguido haciendo los mejores líderes de todos los partidos y tendencias democráticas.

Ahora Chile deberá afianzar y depurar no solo sus logros económicos y políticos innegables sino también –persistente e inteligentemente– avanzar hacia la profundización y la ampliación de sus logros sociales, algo que especialmente los más pobres anhelan con justicia.

Gane quien gane la presidencia de ese país el próximo 15 de enero, sea  la candidata de la Concertación Democrática, que es la más opcionada, o sea el candidato de la Alianza por Chile, me parece que ya no habrá vuelta atrás en la trayectoria de la estrella solitaria. Aunque nunca dejará de haber desafíos, riesgos y peligros, como todo en la vida.

En el  fundamental orden político, por ejemplo, no se ha instalado aún un claro bipartidismo, aunque parece que se encuentra en fase formativa avanzada. Habrá que ver al respecto, entre otras cosas, lo que pasa en definitiva el 15 de enero con  las bases del humanismo cristiano: si todas las de ese signo permanecen en la Concertación o en parte emigran hacia la Alianza. Pero sea lo que fuese a suceder en la elección presidencial, ya no hay en el Congreso Nacional chileno tiendas aparte de grupos minoritarios que impidan la gobernabilidad de los gobiernos democráticos. Ni, peor aún, grupúsculos que con sus pocos pero decisivos votos terminen chantajeando y desgobernando, como ocurre en Ecuador, donde neciamente seguimos votando por desconocidos y atomizando el poder en minorías irresponsables.