Estamos en vísperas de la terminación del ciclo escolar de la Costa y, consiguientemente, del inicio del nuevo ciclo. Por ello, considero oportuno referirme a los problemas presentados socialmente sobre los niños y los padres de origen proletario.
Este año no será la excepción para los hijos de Juan Pueblo y sus progenitores. Salvo un verdadero milagro, la deserción escolar alcanzará niveles de tragedia. Pese a que en teoría la enseñanza primaria es gratuita y obligatoria, serán miles –o decenas de miles–  los menores que por falta de dinero no tendrán acceso a las matrículas y los materiales de estudio.

Muchos de los que  superen su primer escollo deberán retirar a sus chicos por culpa de las graves circunstancias que enfrenta su familia para sobrevivir. Conforme avanzan los años se vuelve más trágica la situación de los desempleados y subempleados.
Cuando no hay dinero para una humilde sopa, ¿cómo esperar que haya para pagar derechos y matrículas, cuadernos y libros escolares, uniformes y un etcétera interminable? El dilema del hombre sin trabajo sería, en el mejor de los casos, escoger entre un pan esquivo y un cuaderno caro; entre un lápiz y una medicina.

Son tantos los problemas que inducen a la deserción escolar, que no serían suficientes todas las páginas de un diario para enunciarlos. Todos tienen el mismo origen económico, pero tal vez se distingue más el retiro de los escolares por voluntad de los padres que los obligan a trabajar y contribuir con su ingreso al mantenimiento de la familia. Existe un agravante de esa agresión: la de algunos empleadores que pagan remuneraciones miserables o que exigen esfuerzos mayores a la capacidad de los niños. Ellos incumplen lo prescrito en las tablas de salarios establecidas por  leyes y reglamentos vigentes. Este botellero no duda de que existan empresarios que ponen en primer plano la justicia y respetan lo estipulado en las leyes y los reglamentos para preservar la salud mental y física de los menores. Dueños de fábricas, haciendas y otras fuentes de trabajo que tienen conciencia de los derechos del niño, a horarios especiales de labor y a remuneración que no signifiquen atentados contra personas débiles, dignas de amor y solidaridad.

Todo lo que se haga para devolver el tesoro de la escuela y la infancia arrebatadas al niño redundará en beneficio de la patria. De la matria, como la rebautizara don Miguel de Unamuno.