Navidad es una demostración de que el mismo Dios pone el bien del pueblo en el más alto nivel de la escala de valores.
Filosóficamente, Dios nada tiene que perder, nada tiene que ganar; si algo le faltara, o si algo pudiera perder, no sería Dios.
Sin embargo, parecería que algo le falta; pues, por amor, manda a su Hijo a complicarse con las alegrías, angustias y esperanzas de sus criaturas, encabezadas por los humanos.

En Navidad nos señala el sendero angosto que lleva a la felicidad; por ese sendero se camina en cordada; si uno cae, el otro le levanta y todos siguen adelante. Todos los caminantes desean la felicidad; algunos rompen la cuerda de la solidaridad, se abren paso a empujones, afanados por llegar primeros y apropiarse de todo lo que esté a su alcance; esos van dejando a muchos aplastados en el sendero. Llegan antes, pero llegan solos; tarde o temprano se dan cuenta de que, por caminar unos contra otros, han roto el tejido social, necesario no solo para los pequeños, sino también para los grandes.
Tarde o temprano se dan cuenta de que la ruptura de la solidaridad marchita para todos los recursos; se dan cuenta de que la felicidad duradera es de todos o de nadie.

Todos afirmamos que buscamos el bien del pueblo. ¿Cómo saber si estamos en el recto sendero? Si lo buscamos solo para nosotros, peor aún, si lo buscamos perjudicando a otros, a la corta hacemos daño y a la larga también nos lo hacemos.

Si tenemos en cuenta solo la inmensa dignidad de la persona humana, la medida de nuestros derechos no tiene medida, es ilimitada. Si tenemos en cuenta también la dignidad, que toda persona tiene por el solo hecho de ser persona humana, nuestros derechos son proporcionales al aporte que damos al bien social y nuestras obligaciones son tanto más grandes cuanto mayores los bienes de que gozamos en la sociedad.

El principal derecho y fuente de felicidad de toda persona es desarrollar sus cualidades para ser feliz, creando bienes y compartiéndolos. Este desarrollo se recibe en la familia, en la escuela y en los medios de comunicación.

Sedientos de lo inmediato, queremos cosechar sin sembrar y reemplazamos en todo nivel, desde la cumbre de la sociedad hasta el nivel de barrio, la ley por los hechos de fuerza “hasta las últimas consecuencias”. Por haber descuidado la educación integral, hemos convertido la vida social en un rosario de tensiones. A pesar de todo, se podrían evitar, si todos viéramos con claridad lo que tenemos, y que lo que tenemos se reparte con equidad. ¡Queremos más, produzcamos más! La armonía creadora depende de todos, frecuentemente depende más de los que ejercen la autoridad. Valga un pequeño ejemplo: los campesinos, cuyas tierras se anegaron para crear la represa Daule-Peripa, cerraron la carretera para conseguir la prometida escuela, centro de salud, caminos para sacar sus productos. ¡No piden mucho! Esperan la violencia para darles.