No hay nada más que hojear los periódicos o ver la tele para sentir desánimo y desesperanza. No son  los que están fuera del país los únicos, que al abrir la puerta de la internet para entrar virtualmente al país que abandonaron,  salen airados y decepcionados al ver que el país no avanza, que está empantanado por una clase política siniestra y desvergonzada que se proclama representante del pueblo y no representa a nadie sino solo a sus más mezquinos intereses y que no son sensibles al clamor y a los deseos de la gente. Los políticos no quieren cambiar nada por más que saben que el pueblo quiere cambios profundos.

Los ciudadanos estamos cansados de ver cómo nuestros compatriotas se tiran al mar desesperados ansiando una transformación en sus vidas. Uno de cada tres ecuatorianos tiene a algún pariente rompiéndose la vida en España, Italia o Estados Unidos. Un  buen sector de la población no tiene empleo o ejerce trabajos que no le permite abastecer ni siquiera la canasta familiar. En las áreas rurales muchos niños no van a la escuela y los pocos que gozan de ese privilegio acuden a escuelitas unidocentes en donde un profesor ejerce de mago para simultáneamente trabajar con siete grados. Los semáforos, las calles y las esquinas de las ciudades están plagadas de manos que se estiran y de mendigos que exhiben el vergonzante rostro del país oculto. La corrupción campea en las otroras instituciones infalibles como la institución militar y ni siquiera la Iglesia se ha visto alejada de dichos escándalos.
¿Y mientras tanto qué?, nuestros políticos que sí tienen el poder para efectuar cambios, a quienes en mala hora dimos el voto creyendo ingenuamente en ellos, confiando en su verbo engañoso y en el plato de lenteja que siempre acepta el ecuatoriano porque tampoco tiene otra alternativa, se lavan las manos, organizan rondas para limarse las uñas, para oponerse a cualquier cambio, para empantanar cualquier alternativa por la que se avizore alguna luz de salida. Y lo más doloroso es que creen que no nos damos cuenta de este comportamiento insolente y de esta indiferencia criminal. Lo más doloroso es que ellos están contribuyendo a formar esa generación desesperanzada y descreída que está convencida de que el Ecuador se va al carajo. Lo más doloroso es que se burlan y payasean con el mandato que el pueblo les otorgó.

En el país no hay nadie con cuatro dedos de frente que no quiera cambios, que no se duela de la situación de corrupción y pobreza que vivimos, que acepte que para pagar deuda sigamos endeudándonos, que esté de acuerdo con que –para no enfrentar nuestros gravísimos problemas– vivamos de escándalo en escándalo; pero el ciudadano común no tiene el poder para efectuar cambios porque ese poder se lo dio a la clase política que hoy gobierna el país y que se burla con cinismo en nuestras caras.

El próximo año es un año electoral, seguramente volveremos a vivir las mismas máscaras, volveremos a vivir el engaño de las camisetas, los pitos y la funda de avena, volveremos a escuchar las frases rimbombantes y demagógicas que nada dicen; pero si la intuición política no me es adversa, sí veremos, aunque en condiciones limitadas, el lento crecimiento de una conciencia política y de una mirada un poco más aguda, afilada por el tumulto del paso de nueve presidentes, el maremoto de 17 partidos y 200 movimientos políticos que no han producido aún ninguna resquebrajadura de la realidad corrupta; pero que, directa o indirectamente, han sembrado esa inconformidad, ese rechazo tenaz que tiene que fermentar en un cambio total, en un golpe en el tablero, mañana o más tarde.