Datos publicados ayer en Diario EL UNIVERSO nos recordaron que Ecuador ocupa el octavo lugar entre los países de Sudamérica, según un informe de Transparencia Internacional sobre la percepción de corrupción en cada uno de los países. Además, según el Latinobarómetro, un estudio de opinión chileno realizado este año en dieciocho países de América Latina, señala que la población ecuatoriana considera que 82 de cada 100 personajes son corruptos.

Las cifras anteriores no son una sorpresa, la percepción social de que tenemos un alto nivel de corrupción es evidente. Más que eso, muchos de nuestros comportamientos colectivos lo ponen de manifiesto.

El último episodio del Notario de Machala es un ejemplo claro. Parece que el señor Cabrera era considerado un ciudadano ejemplar, digno del respeto de todos, notario confiable y benefactor de muchos. Declarado ciudadano ilustre, como lo recuerda una placa colocada en su homenaje y querido por mucha gente.
Sin embargo, ahora resulta que todos sabían que el Notario ejercía también una actividad ilícita que no solo no criticaban, sino que algunos compartían. El objeto de estas líneas no es añadir más aspectos a la reflexión sobre el hecho específico, pero sí llamar la atención sobre lo que el debilitamiento de la conciencia moral significa para la vida colectiva. Una adormecida conciencia moral permite y acepta mil y una conductas corruptas que terminan minando la posibilidad de una sana convivencia social.

Por eso, es bueno que haya un día de la lucha contra la corrupción, el 9 de diciembre, pero es más importante plantear el tema como la necesidad urgente e impostergable de construir entre todos una cultura de honestidad y, en esto, todos tenemos tarea. La tiene la familia, la escuela, las empresas, los medios de comunicación, los personajes públicos y, desde luego, los políticos que son los que toman las decisiones en nombre de la ciudadanía.

En América Latina se da una calificación de 4,5 sobre 5 a los partidos políticos, de 4,4 al Parlamento y de 4,3 al sistema judicial y a la policía. Con cifras y percepciones como estas, es difícil que la ciudadanía confíe y espere construir un país en el que se pueda vivir honestamente, construir y prosperar. Peor aún, en estas condiciones no es fácil creer que podemos esperar una sociedad solidaria, ya que el requisito principal de esta es respetar lo que es común y los fondos públicos lo son, por otro lado, el uso indebido del dinero del Estado, siempre perjudica más a los que menos tienen, porque es pérdida de dinero que podría dedicarse a escuelas, hospitales, vivienda.

Si queremos recuperar el país, para que sea un lugar en el que todos podemos vivir y crecer como seres humanos, trabajar por lograr una cultura de honestidad, es tarea de todos. Si no lo logramos, podremos lamentarnos, pero la corrupción de una u otra manera nos tocará a nosotros y a nuestras familias.