Aun suponiendo que esa fue la verdadera motivación para el cambio en el TSE, caben dos aclaraciones.

La primera es que el fin no justifica los medios. No se puede defender la Constitución pisoteando las instituciones del Estado que ella consagra. Sería como defender a una mujer disparándole un tiro para que no la violen. Si se necesitaban cambios en el TSE, no se debió esperar precisamente el momento en que estaban en juego decisiones trascendentales, porque entonces nadie creerá que se buscó a los mejores hombres y mujeres, sino a los que estaban dispuestos a votar como se les ordene. El error es doble, entonces, porque se han sembrado graves dudas sobre la integridad de los nuevos designados.

La segunda aclaración es que las distintas mayorías del Congreso Nacional se han cansado de pisotear la Constitución, al punto que hoy basta con tener 51 votos para hacer que la Constitución diga cualquier cosa. Y para exigirles a otros que defiendan un principio, hay que comenzar respetándolo uno mismo.