Los acontecimientos desatados a raíz de la muerte de quien fuera el notario Cabrera nos quita la máscara en frente de nosotros mismos. Pues cuando tenemos gobernantes que se llevan el dinero descaradamente, salimos a las calles, protestamos y juramos que lo castigaremos con la indiferencia en las siguientes elecciones. Pero cuando nosotros infringimos la ley, la música tiene otro tono, somos víctimas.

No dudo que haya habido gente inocente, pero en su mayoría no lo era. Militares, policías, jueces, abogados, en resumen, gente que sabía perfectamente que se convertían en socios de un chulquero al entregarle su dinero. Pero, ¿por qué nos sucede esto? ¿Acaso nos hemos convertido en seres con dos reglas legales. Una, la implacable, para aplicarla a los otros; y, otra, la flexible, para nosotros. ¿Hasta dónde cada uno de nosotros somos cómplices del caos de las instituciones públicas?

¿Qué hubiera pasado si todo ese dinero estuviera depositado en la banca legítimamente establecida? Pensemos solo un momento cuántos créditos a sectores productivos se hubieran podido colocar, al sector agrícola o a la construcción. ¿O acaso castigamos a cierta banca que hace poco nos hizo una mala jugada?

Estoy segura que muchos recuerdan perfectamente la era de oro que vivieron algunas financieras y ciertos bancos en el inicio de la década de los noventa. No había gerente o jefes de cargos medios que no recibiera millonarios sueldos, accionistas que se hacían pagar sus deudas personales a nombre de terceros, administradores que inflaban los gastos judiciales para inflar sus bolsillos.
Resultado: la quiebra y el endeudamiento de casi toda una generación. Pues no hubo piedad con los comerciantes, se cobraba sin vergüenza alguna, interés sobre interés. Nadie dijo nada. Luego, todos pagamos la quiebra de algunos bancos y el famoso congelamiento de los depósitos. ¿Dónde están los culpables? La mayoría ni siquiera tiene claro quiénes son ni cuál fue la falla.

De esto no ha pasado ni quince años, y no recuerdo ningún gobierno que haya tomado en serio la gestión financiera. Gestión necesaria para el crecimiento de cualquier país. Pero léase bien, del país, no de unos pocos. No en vano las nuevas y grandes potencias han podido alcanzar el éxito repartiendo más equitativamente los recursos. ¿Se nos hace tan difícil entender eso?

Los bancos que han logrado sobrevivir seguramente han podido porque han creído que en la medida que sus clientes estén bien, ellos lo estarán también. La banca es vital para cualquier nación, la buena banca. Por eso es preciso sellar un nuevo pacto entre el sistema bancario y la sociedad.

Todas y todos debemos apostar a la legalidad de las actividades que protegen la fe pública y no creer que el dinero fácil será eterno. Debemos celebrar un nuevo pacto con la banca y un Estado controlador, y aunque no entre iguales, sea la confianza y la ley las que nos den el respaldo en avanzar en el derecho que tenemos todos al ahorro, al crédito y a la ganancia legítima de dinero bien habido.