Pensar que el pueblo prefiere la crónica roja es menospreciar al ciudadano común, que consagra programas de indudable calidad humanística.

Abel Romeo Castillo en sus primeras clases de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Guayaquil nos dijo la pequeña y enorme diferencia entre la noticia y el dato periodístico: Si un perro muerde a un hombre, eso no es noticia; pero sí lo es cuando un hombre muerde a un perro.

Ladeando un poco la chispa de la frase, que es del tiempo de san Cuchufú, me permito anotar unos cuantos apuntes. Primero, que tiene algo de maldad, ese algo que poseemos todos los humanos y que es como un desquite, una revancha del hombre frente a un mordedor. Y la segunda, que por lo insólito y truculento mueve a risa.

Pero toda generalización lleva implícita alguna injusticia. No todo puede ser oscuro en el ámbito noticioso. Cierto que el escenario del mundo actual está repleto de guerras de agresión imperialista que parecen extraídas de una vieja serial cinematográfica de genocidios, hambrunas, terremotos, maremotos y la mar y sus peces de la era del desprecio. Pero tanta desgracia acumulada y entregada ha saturado el mundo. Poco a poco se abre paso una corriente bienhechora que rechaza la forma truculenta en que se destaca la parte horrible de los acontecimientos.

Pensar que el pueblo prefiere la basura de la crónica roja es menospreciar al ciudadano común, a Pedro Páramo y Julita Tripamishqui, que consagran con elevado nivel de audiencia programas de indudable calidad humanística que no solo entretienen sino ilustran al televidente. Vienen a mi memoria solo unos pocos, pero para muestra basta un botón: La televisión, Día a día, ¿Quién quiere ser millonario? Ellos han descartado el mito de que el buen éxito económico depende del tratamiento de los temas agresivos y chabacanos.

He leído con atención gran cantidad de comentarios de prensa y Cartas al Director publicados en casi todos los medios periodísticos. Ellos coinciden en el gran valor promocional de la ecuatorianidad que transmitió a televidentes de todas las clases sociales la elección de El Mejor Ecuatoriano, recaída con absoluta justicia en el Viejo Luchador, Eloy Alfaro. Hacer programas así es también hacer patria.

Tan cálida acogida pública constituye un compromiso de enriquecer los programas de opinión y orientación.