Aun cuando aquello sea verdad, el hecho de que se llevase al uniformado solo para que dijera aquello, y luego se lo escolte, alejándolo de los periodistas, causó la desagradable sensación de que estábamos asistiendo a un espectáculo prefabricado.

El bochorno fue mayor cuando, pocas horas después, se informó que una parte fundamental de la cúpula militar había sido destituida, sin que el Ejecutivo aportara motivos para justificar su decisión.

Esta nueva remoción de oficiales coincide, como ya hemos dicho, con el escándalo del caso Cabrera, lo que se presta inevitablemente para especulaciones. Algunos creerán que el cambio se debió a indicios de culpabilidad que aún no se difunden; otros supondrán que el régimen aprovechó la circunstancia para deshacerse de un mando que no era totalmente de su agrado.

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Cualquier especulación siempre será negativa para el prestigio de las Fuerzas Armadas. Por eso resulta tan incomprensible que no se haya dado ninguna explicación oficial de estos movimientos y que, en su lugar, el Ministro del ramo haya optado por un viaje que no era, sin duda, de tanta urgencia como la crisis que la institución atraviesa.