Una de las frases más contundentes que resume la situación de la justicia la dijo un ex presidente de la Corte Suprema, Héctor Romero Parducci, quien, en pleno ejercicio de su cargo, aseguró que “los políticos tienen metidas sus pezuñas en la justicia”.

El tema que siempre estuvo en discusión como causal de esta crisis fue el origen de la designación de los magistrados. Y en ese escenario, los diputados  fueron protagonistas. Las cosas adquirieron otro matiz a partir de 1985, cuando por primera vez –y única, hasta ahora– se vieron tanques de guerra rodeando el edificio de la Suprema, enviados por el presidente León Febres-Cordero para evitar la posesión de nuevos ministros.

Ya para entonces y hasta ahora, las dos fuerzas políticas más fuertes del país eran el Partido Social Cristiano y la Izquierda Democrática.

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En 1989 fue enjuiciado penalmente por primera vez un ex presidente de la República, desde el regreso a la democracia.
Para León Febres-Cordero, según sus palabras, fue una verdadera persecución, disfrazada en un juicio por peculado. El presidente de la Corte era Ramiro Larrea y el caso, la contratación de Ran Gazit como asesor de seguridad.

A primera plana nuevamente volvió un presidente de la Suprema en 1995. Carlos Solórzano –hasta entonces cercano a la DP– dictó orden de prisión al poderoso vicepresidente Alberto Dahik y a otros funcionarios del gobierno de Sixto Durán-Ballén.
Solórzano luego fue sacado por el Congreso, que a partir de entonces reforzó su presión sobre el máximo tribunal.

En 1997 se realizó un tibio intento de reforma. Se creó una Comisión Especial de Juristas –vinculados a los partidos, algunos– que escogió una lista que puso a disposición de los diputados, para que fueran ellos quienes seleccionen a los ministros. Esa Corte –que debía durar hasta la muerte de sus integrantes– trabajó ocho años. En ese tiempo se enjuició a Abdalá Bucaram, Fabián Alarcón, Jamil Mahuad y Gustavo Noboa. Hasta que vino la Pichi Corte, impulsada por los diputados de mayoría del gobierno de Lucio Gutiérrez.
Aparentemente, esa fue la gota que derramó el vaso.