El discípulo del rabino Nachman de Bratislava dijo: “No consigo hablar con Dios”. “Eso sucede con frecuencia”, comentó Nachman. “Sentimos que la boca está sellada, o que las palabras no nos salen. No obstante, el hecho de esforzarse por superar esta situación es en sí algo bueno”.

“Pero no es suficiente”, insistió el discípulo.

“Tienes razón. En esos momentos, lo que tienes que hacer es mirar hacia arriba y decir: Dios mío, estoy tan lejos de Ti que no puedo creer ni en mi voz. Aunque tenga la certeza de que estoy hablando Contigo, creo que no me escuchas. Pero el problema es mío, por lo que espero tener más fe en la próxima conversación”.

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Abel y Caín en el lago
Abel y Caín se detuvieron en la orilla del inmenso lago. Jamás habían visto nada semejante.

–Ahí dentro hay alguien– dijo Abel, sin entender que lo que veía era su reflejo en el agua.

Caín reparó en lo mismo, y levantó su bastón. La imagen hizo lo propio. Caín se preparó para el golpe; su imagen también.

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Abel contemplaba la superficie del agua. Sonrió, y la imagen sonrió. Soltó una buena carcajada, y vio que el otro lo imitaba.

Cuando se fueron de allí, Caín pensaba: “Qué agresivos son los que viven en ese lugar”.

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Y Abel se decía para sus adentros: “Quiero volver allí, porque he encontrado a alguien hermoso y con sentido del humor”.

Las cuatro murallas
El Baal Shem Tov cuenta la historia de un rey que construyó cuatro murallas alrededor de su palacio. En lo alto de cada una, colocó potes llenos de oro, que podían ser vistos por todo aquel que pasara por allí. De esta forma, pretendía poner a prueba la voluntad de sus súbditos.

Algunos subían la primera muralla, cogían un pote y se volvían satisfechos a su casa. Otros cogían también el pote del segundo y del tercer muro. Pero solo un grupo muy pequeño decidió llegarse hasta el interior de la cuarta muralla para encontrar al rey y recibir un gran tesoro.

“Así es Dios”, dijo A. Keitel. “Él no quiere que sus bendiciones detengan la Búsqueda. Si estás contento con tu vida, tienes un buen motivo más para seguir adelante”.

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Noé sale del arca
Después de cuarenta días de diluvio, Noé pudo salir del arca. Descendió lleno de esperanza, pero fuera sólo encontró muerte y destrucción. Noé exclamó:

“Dios Todopoderoso, si Tú conocías el futuro, ¿por qué creaste al hombre? ¿Solo para darte el placer de castigarlo?

Un triple perfume subió hasta los cielos: el incienso, el aroma de las lágrimas de Noé, y el aroma de sus acciones. Entonces Dios respondió:

“Las plegarias de un hombre justo siempre son oídas. Voy a decirte por qué lo hice: para que entendieses tu obra. Tú y tus descendientes estaréis siempre reconstruyendo un mundo que surgió de la nada, y así dividiremos el trabajo y las consecuencias. Ahora somos todos responsables”.

Repitiendo la misma palabra
El rabino Nachman de Bratislava sugiere:

“Si no consigues meditar, tan solo debes repetir  una simple palabra, porque eso hace bien al alma. No digas nada más, simplemente repite esa palabra sin parar, incontables veces. Terminará perdiendo su sentido, y después cobrará un nuevo significado. Dios abrirá las puertas, y tú acabarás usando esta palabra para decir lo que querías”.

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