Hay personalidades que dejan una huella indeleble en las instituciones. El Pichi Castro y la Corte Suprema, por ejemplo. Cuando el Pichi reconoció que su mejor amigo era un borrachín de Playas y que el gran sueño de su vida era encamarse con una señorita corista, se retrató de cuerpo entero. Ese es el Pichi. Desde ese momento, y hasta su partida, la Corte fue la Pichi Corte.

Pocho Harb quiere hacer lo mismo con el Congreso. Donde quiera que va aparece como vocero del Parlamento: declara, interviene, habla, se enciende, argumenta. No puedo entender a los pedantes que extrañan a Carlos Alberto Arroyo del Río o Raúl Clemente Huerta, si este joven leído, culto y talentoso los ha superado a todos.
Pronto tendrán que reconocer que este es el Pocho Congreso y quiero aportar con elementos para ratificar tan acertada designación.

¿Se acuerdan cuando los forajidos pedían “que se vayan todos”? Pocho fue el que más gritó “que se vayan”, y juró por su vida que después de la destitución de Gutiérrez presentaría su renuncia irrevocable. Demostró así su valiente compromiso con la voluntad del pueblo. Desde entonces algunos desadaptados lo han criticado porque todavía no renuncia, olvidando que en su momento aclaró que primero debía completar algunas tareas delicadas, como designar Contralor, Fiscal General, Tribunal Constitucional, y ha estado muy ocupado en eso, rompiéndose el seso para hallar funcionarios que cumplan de manera honesta y desinteresada el ilustre papel de perros con hambre.

Pocho también ha cumplido un papel destacado defendiendo el proyecto de ley para la Segunda Quiebra Bancaria e impugnando a los banqueros que guardan la plata en el extranjero. Tampoco han faltado los que de mala fe le reclaman que igual se les cargue a los diputados que mantienen dinero fuera, en vez de usarlo para generar empleo. Me imagino que se refieren, entre otros, a León Febres-Cordero, que al asumir su cargo declaró que tenía un milloncito y medio de dólares en bancos norteamericanos. Pero, ¿qué querían? Pocho no puede hacerlo todo él solito.

Suficiente ha tenido con su cruzada justiciera contra los banqueros chulqueros, que cobran intereses altísimos. Aunque, por supuesto, también los criticones lo achacan por no decir nada del alcalde de Machala, su coideario, que reconoció que su esposa cobraba 10% mensual a través del notario de Machala. Pero eso no era chulco, sino un gesto altruista para ayudar a unos primitos desamparados.

Pocho se ha destacado sobre todo por su irrestricta defensa de la Constitución, tarea que la ha cumplido defendiendo al Congreso y a ese maravilloso grupo humano que trabaja por un magro salario de martes a jueves, con dos vacaciones pagadas al año.

Con el dedo en alto, buscando dónde meterlo, Pocho nos ha explicado que la peligrosísima propuesta de consultarle al pueblo sería un atentado contra la Constitución y, por ende, contra la seguridad del Estado, lo que constituirá una causal para destituir al actual Presidente. La ruptura de la Constitución cuando destituyeron a Lucio Gutiérrez por abandono del cargo, no cuenta. La designación de una Corte mediante un mecanismo que la Constitución no menciona, tampoco. Ni menos aún la ruptura que significa no tener Contralor ni Fiscal General, ni un largo etcétera.

Pero, ¿cómo habrían de contar, si gestos así han hecho que este Congreso merezca el honroso título de Pocho Congreso?