Después de mantener distancia durante meses, los iraquíes en esta ciudad sunita empezaron a cooperar con las fuerzas estadounidenses, denunciando escondites de insurgentes y depósitos clandestinos de armas. La causa fue el asesinato de un jefe de tribu local por los insurgentes.
    
Fue entonces que decidieron ponerse firmes, dijo el capitán Ryan Wylie, del regimiento blindado 69. Sin duda conocían las identidades y guaridas de los terroristas.
  
Los jefes militares dicen que la interrupción de la violencia en esta ciudad 100 kilómetros al norte de Bagdad obedece también a otras razones, como la construcción de un terraplén en torno de la ciudad para evitar la infiltración de armas y la vigilancia clandestina.
  
Pero casi todos coinciden que el motivo principal fue la reacción pública contra los insurgentes tras el asesinato, el 11 de octubre, del jeque Mumtaz Al Bazi, jefe de una de las siete tribus de la zona.
  
La razón del asesinato no está clara. Según algunos, lo mataron por cooperar con las fuerzas de ocupación. Otros hablan de una disputa por un contrato para realizar un proyecto con fondos estadounidenses. La mayoría asegura que fue la relación con Estados Unidos lo que le costó la vida al jeque.
    
Lo mataron para enviar el mensaje de que no se puede trabajar con las fuerzas de la coalición, dijo el teniente coronel Mark Wald, comandante del batallón tercero. Creo que trataban de hacerlo volver al redil.
  
La vida tribal, profundamente arraigada en la sociedad iraquí, agrega una dimensión a la insurgencia difícil de entender por los forasteros. Algunas tribus apoyan la insurgencia, otras respaldan al gobierno. En muchos casos, las lealtades están divididas.
  
Antes de la muerte de Al Bazi, las fuerzas estadounidenses en Samarra debieron hacer un gran esfuerzo para controlar la insurgencia en esta ciudad de 200.000 habitantes, muchos de los cuales se oponen con energía al gobierno central de mayoría chiíta.
  
El año pasado, Al Qaeda en Iraq, la milicia dirigida por el jordano Abu Musab Al Zarqaui, operaba abiertamente en Samarra y sus banderas negras flameaban desde los tejados, hasta que las fuerzas estadounidenses recuperaron el control.
  
Algunos vecinos de la ciudad hablaban del derecho de resistencia legítima a la presencia extranjera. Otros decían que no cooperaban con los norteamericanos por miedo a las represalias.
  
Esos miedos se desvanecieron tras el asesinato de uno de sus propios líderes. Repentinamente, los iraquíes empezaron a brindar información sobre guaridas y arsenales clandestinos.