Es lo que ocurre hoy en día con las instituciones del Estado ecuatoriano. La Corte Suprema lo demostró de manera dramática. Sus integrantes abusaron de tal modo que acabaron por hacerla desaparecer. Costó mucho reintegrarla, y todavía  queda mucho camino por delante para que recupere su credibilidad.

Lamentablemente, el Congreso no quiere verse en ese espejo. Insiste, tercamente, en mantener sus posturas inflexibles. Ni Asamblea Constituyente, ni Asamblea Constitucional, ni reformas a la Constitución, ni nada de nada, como si la sociedad no existiese, como si los diputados fuesen sordos a las quejas que llegan de todas partes.

Entenderíamos que se rechace tal o cual propuesta del Presidente; pero semejante inmovilismo es simplemente incomprensible.

Publicidad

Quizás un Congreso así de terco pueda imponerse todavía por un tiempo. Pero en el mediano y el largo plazo, no podrá resistir. Los cambios, en algún momento se impondrán, y solo nos queda esperar que lleguen por vía pacífica y sin un excesivo costo para las futuras generaciones.