La escritora decidió realizar el libro para mostrar a sus compatriotas aquellos paisajes de la capital azuaya, enseñarles aquellos rostros anónimos que se dejaron seducir por su cámara.

En diciembre del 2000 la periodista y poetisa española Antonia Cortés (1967) descubrió la Cuenca ecuatoriana casi por casualidad y cinco años después ha decidido mostrar a sus compatriotas el alcance de tal revelación a través del libro Cuenca, la otra, editado por la Universidad de Castilla La Mancha.

Tras haber publicado los poemarios Un reto al olvido y La mirada a la luna, Cortés ha hecho con Cuenca, la otra una mixtura entre relato y fotografías mediante la cual construye un símil entre dos ciudades tan lejanas y a la vez tan parecidas.

Publicidad

“La otra (la Cuenca ecuatoriana) es hermosa, tanto como sus alrededores, sus montañas, más bellas cuando se reflejan en las lagunas, donde por cierto, también se puede pescar la trucha. Lo mismo podríamos decir de los alrededores de esta Cuenca (la española), la nuestra, de sus colores, los que el campo regala cuando el agua decide darles frescor. Las dos ciudades comparten algo más que el nombre, comparten el alma”, dice Cortés antes de rememorar aquel periplo que le trasladó hasta lo que ella considera el corazón de los Andes: Santa Ana de los ríos de Cuenca.

En diciembre de 2000, a Europa había llegado el invierno y con él nació en Antonia la curiosidad de descubrir mundo. Entonces uno de sus amigos le dijo: “Existe una hermosa ciudad llamada Cuenca, no la de tu tierra, otra, en Ecuador, que tienes que conocer. Te va a sorprender por tres cosas: su historia hispana, su entorno geográfico y lo que encierra su cultura”.

Bastaron esas palabras para que Antonia emprenda viaje a Sudamérica. Ella fue a Perú y su amigo a Brasil con la finalidad de encontrarse después en Quito para recorrer el Ecuador. Pero el amigo no pudo cumplir con su cometido porque al no haberse vacunado contra la fiebre amarilla, requisito indispensable para entrar en Brasil, le obligaron a retornar a España.

Publicidad

“Huérfana de amigo en esta aventura, al menos por mi camino su cruzaron otros compañeros que me pusieron en contacto con Segundo Yáñez, un restaurador que en aquellos momentos centraba su trabajo en la llamada Casa de las Palomas, en Cuenca”, narra Antonia.

“Así empezó el viaje hacia los Andes, al encuentro con esa Cuenca, a la que cariñosamente llamamos ‘la otra’. Y nada más llegar, me había conquistado”, añade.

Publicidad

Antonia repasa brevemente cómo se adentró por los rincones de la Cuenca ecuatoriana, las caminatas por las orillas de los ríos, por las ruinas de Pumapungo. “Me perdí por sus calles, me embriagué con el colorido de sus mercadillos, me enamoré de sus artesanías, me adentré en sus iglesias, tuve tiempo para el silencio. Entendí el porqué debía conocer esta otra Cuenca, y por qué ambas, la española y la ecuatoriana, tienen el gran honor de presumir del título de Patrimonio de la Humanidad”, señala.

La experiencia valió la pena y fue por eso que Antonia decidió realizar el libro, para mostrar a sus compatriotas aquellos paisajes de la Cuenca ecuatoriana, enseñarles aquellos rostros anónimos que se dejaron seducir por su cámara y hacer que la gente piense por un momento en esos personajes, que al igual que en la Cuenca española, viven su cotidianidad en un lugar parecido, aunque ese sitio esté a 2.540 metros de altura, en la imponente cordillera de los Andes.