Mientras miles de clientes reclamaban su dinero en las afueras de la notaría de José Cabrera en Machala, adentro policías y militares iniciaron los saqueos, que fueron seguidos por los depositantes.

Tras la muerte del notario segundo de Machala, José Cabrera Román, el 26 de octubre pasado, sus hijos, José y Carolina, se valieron de entrevistas, avisos de prensa y hasta hojas volantes para decir: “…En honor a la memoria de nuestro inolvidable padre, honraremos todos los compromisos…”.

El alcalde de Machala, Carlos Falquez, acompañó a los herederos en una de esas alocuciones. La Corte Superior de la ciudad, el 1 de noviembre, nombró al hijo del fallecido, José Cabrera Gallardo, como notario interino.

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Sin embargo, desde ese día Carolina Cabrera dejó de enviar a sus dos hijos a la unidad educativa Santa María, donde estudiaban. También gestionó el permiso de su ex esposo para que dejara sacar a los niños del país. El 7 de noviembre viajó a Estados Unidos con sus hijos, su madre Teresa Gallardo y José Cabrera.

“Solo querían ganar tiempo para pagar a sus mejores clientes y arreglar su salida. Se cree que llevaron 40 millones de dólares”, dice un abogado.

El fallecido notario, según versiones coincidentes de abogados, periodistas y comerciantes, había clasificado a sus clientes con letras: A (autoridades, políticos,  militares de alto rango, jueces), B (los más antiguos y conocidos de Machala), y C  (militares y policías de tropa y clientes de otras ciudades).

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Cabrera había dispuesto que si algo fallaba había que pagar primero a  los clientes A.
Arturo (nombre protegido), quien tenía letras de cambio por un valor de 320 mil dólares, afirma que el esposo de una de las empleadas de la notaría le llamó el jueves en la noche y le dijo: “Anda a primera hora. Cada empleada va a atender a cinco amigos.
Hoy pagaron a los jueces, políticos y comandantes militares; mañana, al que alcancen”.

Al publicarse la lista de acreedores y por sus propias declaraciones se conoce que retiraron su dinero las esposas del alcalde de Machala, Miriam Aguilar; y del gerente del Banco del Austro, Hasel Correa, entre otros.

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La mañana del viernes 11, mientras Arturo buscaba a la empleada, el propietario de radio Fiesta, Gustavo Calvopiña, anunció: “Conocemos extraoficialmente que los hermanos Cabrera habrían salido del país”. La noticia provocó que unas 200 personas apedrearan la radio. El jefe político Joffre Roldán exigía una rectificación, “para que la población retorne a la calma”.  Pese al malestar, unas veinte personas, según Arturo y Rodolfo (nombre protegido de un abogado que tenía una letra de 19 mil dólares), hicieron depósitos el viernes 11. Entre los depositantes, una mujer de unos 60 años dejó 20 mil dólares y un agricultor, 50 mil.

A las 11h00 llegaron dos personas que dijeron ser sobrinos del notario y obligaron a pagar varias letras a una de las cuatro empleadas que atendían: Carla Salas, Soraya Solano, Tania González y Telma Verzoza, supervisadas por la secretaria Narcisa Anchundia.

El vicepresidente del Tribunal Supremo Electoral, Vicente Naranjo, y el delegado del Consejo de la Judicatura, Holger Fernández, fueron los últimos en cobrar. A las 14h00, las empleadas dijeron que iban a almorzar pero no volvieron y solo quedó Óscar Granja.

Minutos después partía de Quito el avión Sabreliner de la FAE, en el que se traslada el Presidente de la República, y aterrizaba en Machala a las 15h35 con oficiales de las Fuerzas Armadas, acreedores del notario. Casi 25 minutos después ocurrió el primer roce entre militares y policías.

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La voz de Óscar Granja irrumpió por los pasillos y escaleras, donde se empujaban entre sí unas 60 personas: “Se acabó la plata. Ya no pagamos hasta el lunes, váyanse”.
Clientes con letras de cambio en la mano se quedaron callados. Después gritaron: “Ayúdennos, por favor”.

Eran las 17h00 del viernes 11 y en las afueras de la notaría, cientos de personas gritaban: “Devuelvan nuestra plata o de aquí salen muertos”. Policías y militares impedían el acceso al edificio.

En el segundo piso alto, donde se hizo el anuncio, un hombre de 1,80 metros de estatura tumbó la puerta de la oficina 204. Con él ingresó Arturo.

Ambos se abalanzaron a un escritorio grande. Al abrir los cajones hallaron paquetes de billetes de 20 y 50 dólares. Arturo metió el dinero en una mochila e ingresó al baño. No pasó medio minuto. El otro colocó fajos de billetes en sus piernas y se aprestaba a salir.
- Párate ladrón- dijo el mayor Édison Sanpedro. -Llévenlo a la cárcel- ordenó a otros gendarmes. El oficial comandaba el operativo de protección en la notaría, sitio donde Cabrera se dedicó a captar ilegalmente dinero a cambio del pago de intereses del 7% y 10%.

Arturo temblaba. Abrió el baño y le dijo a Sanpedro: Mi comandante, mire lo que logré quitarle. Y dio la mochila.

Entre quienes intentaban cobrar había policías uniformados y de civil. También estaban oficiales y miembros de tropa del Ejército, como el subteniente Ángel Zumba, coronel Patricio Enríquez,  mayor Fausto Rosas Grandes, quien –según se conoció días después– invirtió 63 mil dólares con el notario.

Policías y militares discutieron minutos antes por hacerse cargo de la seguridad del recinto. Pero, cuando vieron el dinero se calmaron. Llamaron a Óscar Granja, encargado de la devolución de depósitos desde el 10 de noviembre. Repartamos, ordenó Sanpedro.

En la calle Ayacucho, la furia de la gente aumentaba. Sanpedro y los oficiales militares, que accedieron a las 18h00 a la oficina 204, donde estaba el dinero, no abandonaron el lugar hasta las 20h00.

En ese momento ingresó un pelotón del Ejército para expulsar a la Policía y tomar el control de la notaría. Oficiales y tropa se trenzaron a golpes. Luego se obligó, bajo amenazas de arma de fuego, a Óscar Granja que abriera la oficina de Cabrera donde había dinero por todo lado. En el escritorio, en el clóset y baño. Nadie estima la cifra. Sigue el reparto.

A las 22h00, elementos de unidades especiales de la Policía tomaron  el control, pero algunos militares se quedaron. Los acreedores, confiados en la seguridad, se fueron.
Pocos testigos vieron lo que pasó a las 02h00 del sábado 12. Cuando el abogado Rodolfo, amigo del subteniente Ángel Zumba, lo llama a las 07h00 para que ayude a cobrar, Zumba le responde: “Eras de avisar. A las dos de la mañana hicimos una incursión y recuperamos lo que había”.

Un testigo afirma que hubo un operativo de militares con boinas rojas (Fuerzas Especiales), quienes bajaron sacos y cartones. Se estima que esa noche se “pagaron” unos 50 millones de dólares.

Pero quedó dinero. Civiles, policías y militares, al amanecer del sábado comienzan a sacar mochilas, fundas y cartones de dinero por una ventana trasera que da hacia un árbol. En el local de Aprofe, a 30 metros de la notaría, la Policía halló una funda con fajos de billetes. Ese sábado el comandante de la Policía de El Oro, Milton Martínez, ratificaba la salida del país de los Cabrera.

En el despacho del notario aún había dinero desparramado. A Isabel Galarza, quien logró ingresar por la fuerza, le dijo un policía: Deme la letra y coja lo que le corresponda. Eran 25 mil dólares. Luego ofreció ayudarle a salir.

Ella escondió la funda de plata en su vientre. Por orden del policía se soltó el pelo y fingió llorar. Va detenida por ladrona –dijo el uniformado.

Unos metros adelante le arranchó la funda y la señora lloró de verdad.

A las 14h00 el policía Iván Bravo salió con 26.300 dólares en su chaleco antibalas, pero al intentar abordar un taxi se delató. La gente lo golpeó, quitó el chaleco y entregó a la Policía para que lo sancionara.

Algunos policías, en vez de proteger la notaría llegaron a sus cuarteles, pero con dinero.
Un parte policial señala: “El policía Eddy Sánchez llegó solicitando auxilio por cuanto a su compañero le seguían creyendo que se habían cogido dinero de la notaría… luego entró el cabo Jorge Álvarez Aguilar y dijo que no hacía falta colaboración… al preguntarles si cogieron dinero, negaron rotundamente pero se podían observar fajos de dinero en el chaleco de Álvarez… Al preguntarle dijo que eran 5 mil dólares de su padre…”.

Tras un operativo interno, los policías que levantaron el parte indican que recuperaron 18.500 dólares que escondían sus dos compañeros.

Así, entre el dinero abandonado y recuperado de civiles, policías y militares, el fiscal Alberto Caiviguana contabilizó 346 mil dólares.

Aquel sábado, Arturo, dueño de una pequeña bananera, se quedó con las letras de cambio en la mano, solo miraba el saqueo desde una esquina.