La humanidad ha vivido siempre acechada por su eventual desaparición. El terror a la muerte individual y colectiva. Y es esa lucha contra el destino la que genera la enorme energía de sobrevivir y crear, para alterar el orden natural. El cazador ancestral de las sabanas africanas pudo desaparecer mil veces, pero sobrevivió. Las grandes hambrunas y pestes nos pusieron al borde del abismo, las superamos con escasa ventaja. Luego Malthus nos predijo el inmovilismo o la muerte: nunca tendríamos la capacidad de aumentar la población más allá de un cierto límite por la imposibilidad de alimentar poblaciones mayores. Y finalmente el mundo moderno trae su cuota de desesperación. Hace 40 años el Club de Roma predijo el fin de las materias primas y de la energía fósil por el excesivo crecimiento de la demanda (Malthus modernizado). Hoy vivimos el terror que la contaminación del medio ambiente (capa de ozono, calentamiento global) pueda crear una catástrofe ecológica, o que la escasez de agua conduzca a guerras y problemas de equilibrio global inmanejables, o que nuevas enfermedades generen pandemias mortales.

Todos estos riesgos son ciertos, pero los evaluamos con ojos ancestrales y cerebros prehistóricos. No hemos aprendido a dimensionar el enorme cambio económico-tecnológico de los últimos 200 años. No solo han mejorado las condiciones de vida de la población (incluso en los países pobres hoy se vive mejor) sino que se han empujado las fronteras de eventuales catástrofes y los riesgos de desaparición colectiva. Malthus ya murió en el campo alimenticio y poblacional: hoy somos 6.000 millones y, contrariamente a lo que algunos creen, se puede alimentar una población muy superior (los problemas de repartición equitativa existen, pero no anulan esa conclusión). Y de la misma manera que Malthus murió por el desarrollo de tecnologías agrícolas de alta productividad, Malthus debe morir frente a los demás temores.

Las enfermedades y pandemias actuales son de una dimensión claramente diferente a las de la Edad Media: ahora no hay riesgo que desaparezca más de la mitad de la población como eventualmente sucedió entonces (aunque la muerte anticipada de todo ser humano es un drama colectivo, no pone en riesgo la sobrevivencia de la especie), y además hoy se levanta inmediatamente una armada ávida y silenciosa de investigadores para atacar el problema (las probabilidades son elevadas de hallar, en los próximos 12 meses, una vacuna contra la gripe aviar). Y lo mismo sucederá con el resto de terrores. Si mantenemos una sociedad libre, de competencia, de incentivos, de premio al riesgo y a la creatividad, encontraremos la solución a los problemas del medio ambiente y el agua. Se ahorrará y desalinizará el agua. Se utilizarán mejores motores (eléctricos o de hidrógeno). Se continuará en el sendero hacia el mundo micro (electrónico, cuántico) donde el uso energético puede ser más amplio y eficiente (piense en el ahorro de recursos que implica una carta electrónica en lugar de una carta tradicional enviada por correo… aunque el romanticismo de la espera no sea el mismo).

¿Exagero? ¡Veámonos en 50 años!