Si aun así los resultados de las catorce rondas no son todavía favorables, se debe a la falta de decisión política de la Casa Blanca, enfrascada en asuntos de mayor relieve para su política exterior, y temerosa quizás –luego de la experiencia del Cafta, que se aprobó con un estrechísimo margen– de no contar en el Capitolio con los votos necesarios para un nuevo tratado comercial, en momentos en que al presidente George Bush no le interesa seguir acumulando derrotas políticas.

Esta falta de decisión se reflejó en la notoria ausencia en la última ronda del principal vocero norteamericano, que prefirió integrar la comitiva oficial de su país a China, lo que condujo a que su delegación no pudiese ofrecer aún ninguna  respuesta a las demandas de los voceros andinos. Casi al final, los representantes peruanos aceptaron negociar por separado, creyendo que si cedían en varios temas sensibles, podrían alcanzar un acuerdo bilateral. Pero fue inútil:  al cabo Perú entendió que los obstáculos eran mucho más de fondo y se regresó también con los bolsillos vacíos.