Servir a la Iglesia y al bien común ha sido  característica de las élites tradicionales y católicas de Guayaquil, sumando a estos títulos legítimos otro aún más noble, el de ejercer una función paterna junto a las demás clases. Como se aprecia, nuestra élite  tradicional puede y debe, conservándose como tal, amar  de manera sobrenatural al pueblo y cultivar sobre él una influencia genuinamente cristiana. Es  una función social de primer orden y de alto interés, integrándose con nuestro pueblo, diagnosticando las aspiraciones y malestares actuales. Es lo que realiza desde que se fundó la H. Junta de Beneficencia de Guayaquil. Este ejemplo vivo de esta aristocrática bondad en el trato se encuentra en muchas familias de la élite guayaquileña, las cuales dan continuas muestras hacia sus subordinados, existiendo desde siempre en el trato filantrópico un vínculo de caridad.

En el conflicto actual, traspasando el reclamo económico, lo que en realidad se quiere y desea mostrar es que el trato del pueblo con la élite filántropa  representa un elemento de división, opresión de la clase social dominante.

Guayaquileños, ecuatorianos, las élites filantrópicas nunca representaron un elemento de división, por el contrario,  impregnaron de dulzura todas las clases sociales con las que en razón de su profesión o de sus actividades los honorables miembros de la Junta tienen contacto, se manifiesta en los diversos hospitales, los prestigiosos centros educativos y sus acciones benefactoras. Por lo que nuestra sociedad y autoridades no deberían tener en cuenta el preconcepto esgrimido por sindicalistas agitadores que la desigualdad de nacimiento es contraria a la justicia y tratar de hacer daño a tan noble institución.

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Johnny Lara Franco
Guayaquil