Aquella que es símbolo de la libertad, la igualdad y la fraternidad porque derrocó y deslegitimó a la monarquía, fundó y refundó tantas veces como hizo falta la República francesa.

Con solo nombrarla viene a la memoria el escenario de los grandes avances modernos, de las revoluciones sociales, políticas y culturales en los últimos doscientos cincuenta años. En París, la ciudad que ha sido una antorcha que ilumina al mundo, hoy se han encendido nuevas antorchas.

Si es de creerle a los noticiarios, ha bastado que, en un accidente lamentable, murieran dos jóvenes de nombres no cristianos pero nacidos y criados en Francia, para que una multitud de jóvenes de los barrios periféricos produjera un estallido de indignación violenta que se tradujo en una creciente oleada de quema de autos en esos mismos barrios periféricos y que, además, esa oleada se extendiera a otras ciudades y países.

Ante tal incendio social, la sociedad francesa no parece haber estado preparada para enfrentarlo ni para explicarlo.

Así, el Ministro del Interior, en vez de hablar y actuar con la prudencia y severidad que la situación ameritaba, insultó a los jóvenes que participaban en los hechos tildándolos de “escoria” humana, y amenazó con expulsar del país a quienes fueran inmigrantes y fueran apresados. Lo que vino luego fue como si le hubieran echado gasolina al fuego.

Posteriormente, se impuso el estado de emergencia que ha sido aplicado con relativa moderación para evitar nuevas provocaciones gubernamentales. Ahora la situación tiende a calmarse, más por el agotamiento de los jóvenes que protestan y por la acción persuasiva de jóvenes de los mismos barrios que consideran inadecuadas esas formas de protesta, que por la eficiencia de los represores.

La derecha francesa y europea considera que los sucesos ponen en evidencia el fracaso de las políticas para la integración de los inmigrantes y aprovecha la ocasión para insistir en poner más obstáculos a la inmigración y apoyar las iniciativas para hacer de la Unión Europea una fortaleza con murallas impenetrables.

La izquierda  acepta la necesidad de reprimir las acciones de violencia, pero se manifiesta preocupada por los posibles excesos y reclama mayor atención a los problemas sociales en el interior de las sociedades francesa y europea.

En medio de este debate se hace visible  una cara de París que ha permanecido oculta: la existencia de una gran cantidad de ciudadanos  franceses, principalmente jóvenes, que pese a tener garantizados sus derechos políticos, se encuentran  marginados, en el desempleo y la discriminación social, con expectativas negativas respecto a su calidad de vida.

Francia ha logrado integrar legal y políticamente a los inmigrantes, garantizando su ciudadanía política pero aún está lejos de garantizar su ciudadanía social y cultural. Nuevas luces iluminan al mundo desde París. Son las antorchas que levantan sus jóvenes marginados y discriminados. El mundo puede mirarse en ese espejo.

*Sociólogo