Si de lo malo hay que sacar algo bueno, entonces debemos agradecer al terrorismo y al narcotráfico habernos devuelto el país. E inclusive la parte sur del continente.

De un tiempo a esta parte es sorprendente encontrarse en los más remotos rincones del Ecuador con ecuatorianos que lo recorren con pinta de turistas y cara de asombro. Pero, sobre todo, con la tranquilidad de no ser mirados como sospechosos de nada y no tener que justificar ante nadie su presencia por esos parajes.

Es que los tales, acostumbrados a viajar al exterior con la inusitada frecuencia que dan las celebraciones regionales, los puentes y los paros, se han ido cansando de que apenas pisan suelo extranjero, alguien los mire de soslayo con la sospecha de que son terroristas. ¡Terroristas! Y claro que hay para sospechar, porque son un poco así, como medio oscuritos. Y algunos, hasta con bigotes. Pelo negro, ensortijado. Y, para colmo, proceden de un país latinoamericano.

Entonces, si no son terroristas, son ¡qué duda cabe!, narcotraficantes.

Habrá que llevarlos aparte para interrogarlos. Y desvestirlos completamente, claro, para revisarles si por ahí, escondido en alguno de los muchos orificios de su cuerpo, no tienen una bomba. O por los menos varios kilos de droga.

Pero, además, sobre ellos puede recaer otra sospecha tan o más seria que la de ser terroristas o narcotraficantes: ser emigrantes. ¡Terrible! Las autoridades no tienen por qué tragarse el cuento de que han llegado a ese país para hacer turismo. No. Si tienen cara de ecuatorianos y pasaporte ecuatoriano, seguro que han viajado para quedarse y buscar trabajo. Y en consecuencia, para curarse en sano, es mejor deportarlos sin más trámite.

Con todo y esto, quienes antes consideraban que salir con rumbo al norte era un placer, ahora han experimentado en carne propia que eso no solo constituye una tortura, sino también una humillación. Y por eso han decidido quedarse para pagar una deuda pendiente: conocer su país.

Claro que también hay quienes prefieren, en todo caso, ir al exterior, para lo cual buscan desplazarse hacia el sur del continente, allá donde ser latinoamericano no es delito. Y entonces comienzan a moverse libre y alegremente por la geografía de las naciones hermanas, sin que nadie les siga los pasos, investigue cada uno de sus movimientos ni sospeche de cada una de sus acciones.

Sí, definitivamente el terrorismo, el narcotráfico y la emigración nos han obligado a volver los ojos hacia nuestra realidad y a pasear por los lugares en los cuales somos acogidos con cariño. Y con respeto, sin que nos conminen a despojarnos del cinturón y los zapatos en cada puesto de control, para después interrogarnos y tratarnos como a delincuentes por haber cometido el pecado de ser ciudadanos de un país de América Latina.

La realidad de este mundo unipolar, plagado de manías, obsesiones, pánicos y absurdos, ha hecho que comencemos a recorrer lo que es más nuestro y así, mientras caminamos, irnos re-conociendo y sintiendo orgullo por tener lo mucho que tenemos y por ser así, tal cual como nosotros somos.