Por eso, adelantarse a los acontecimientos y decidir desde ahora que el TLC no sirve, y presionar al Gobierno y a la mayoría de la población para que adopte esa postura con amenazas, es sencillamente inadmisible.

Tampoco podemos saber si la empresa petrolera Occidental debería permanecer en el país. Y no podemos saberlo por la sencilla razón de que ni siquiera se ha intentado un diálogo con sus representantes para establecer los beneficios que se podrían obtener de una renegociación del contrato. Si la inversión estatal en petróleo es conveniente, también lo es la inversión privada, que cuenta con tecnología y recursos que en el país no existen. Por eso lo práctico e inteligente, en cada caso, es negociar para conseguir las mejores condiciones. Con movilizaciones y amenazas se puede optar por otro camino, pero para eso hay que pisotear las opiniones ajenas y conseguir que las minorías decidan.

TLC y Occidental son dos ejemplos de cómo las ideologías a veces se oponen a la realidad, y cómo a su vez aquello puede conducir a actitudes intolerantes y antidemocráticas.