Otros presidentes de EE.UU. se han recuperado de índices de desaprobación como el que ahora enfrenta George W. Bush: Dwight Eisenhower repuntó después del escándalo de Sherman Adams; Ronald Reagan se levantó tras el caso Irán-contras; Bill Clinton salió airoso de su relación con Mónica Lewinsky.

Los estrategas republicanos dicen que Bush también tiene tiempo para salir de una seguidilla de tres meses en que ha padecido mala suerte y reveses, entre ellos los descalabros del Partido Republicano en las últimas elecciones internas por la gobernación de Virginia y Nueva Jersey.

Sin embargo, le será difícil recuperarse, y cada vez le será más difícil a medida que se acerquen los comicios del 2006.

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Bush podría querer analizar el desempeño de sus predecesores exitosos para ver cómo resolvieron sus problemas. Podría renovar a su personal en la Casa Blanca, como hicieron Eisenhower y Reagan para enfrentar sus dificultades en su segundo periodo. O seguir la estrategia de Clinton y enfrascarse en una serie de iniciativas internas y en política exterior.

Pero el reloj avanza. Y Bush podría haber ya superado el punto donde no hay retorno, sugirió Paul C. Light, profesor de ciencias políticas de la U. de Nueva York.

A menos de que Bush y sus asesores hagan algo espectacular para detener la caída en la aprobación del público, encontrarán que tienen muy pocos amigos dispuestos a acudir a la Casa Blanca. Y esa es probablemente la peor posición en que puede encontrarse un presidente.

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Algunos mandatarios intentaron recuperarse, pero no lo lograron. Richard Nixon no pudo salir adelante tras el caso Watergate, en el que el gobierno estuvo involucrado en actos de corrupción y se vio obligado a renunciar en agosto de 1974.

A Bush aún le quedan tres años en el puesto, y tres años en la vida de un presidente son una eternidad, señaló Stephen Hess, ex redactor de discursos de Nixon.